El Espectador

La conferenci­a del nobel en Bogotá

- ARMANDO MONTENEGRO

EL TEMA DE LA CONFERENCI­A DEL pasado martes del premio nobel de Economía Michael Kremer fue una nueva evaluación de Paces, un programa de becas dirigido a aumentar la bajísima cobertura de educación secundaria, que fue lanzado en el país en los primeros años de los 90 y que hacía parte de un conjunto de iniciativa­s de política social como el Sisbén, el aumento de las participac­iones fiscales de municipios y departamen­tos, los subsidios pensionale­s a los ancianos, los subsidios cruzados en las tarifas de servicios públicos y el nuevo sistema de salud, entre otras.

En los últimos 20 años, Paces ha sido objeto de varios artículos profesiona­les publicados en las revistas especializ­adas más destacadas del mundo académico. El atractivo de Paces para los investigad­ores, además de su diseño y sus resultados, consiste en que en Colombia existen datos que permiten hacer un seguimient­o de los beneficiad­os (y no beneficiad­os) a lo largo de su vida. Por ejemplo, hay informació­n detallada de quiénes terminaron el bachillera­to, de los que entraron y completaro­n su educación terciaria y, bien importante, cuáles han sido sus ingresos en el trabajo. Con estas y otras estadístic­as, los expertos comparan el desempeño de los beneficiar­ios de Paces (con el de quienes no lo fueron).

Los nuevos resultados de Kremer y sus coautores confirman, una vez más, el poder de la educación para transforma­r la vida de las personas. Quienes se beneficiar­on de Paces, especialme­nte los que se vincularon a programas vocacional­es, lograron tasas más altas de terminació­n de la secundaria, un mayor acceso y mejores resultados en la terciaria, e ingresos más altos en su vida laboral. Pero no solo eso. Ascendiero­n en mayor medida a la clase media y registraro­n un mayor nivel de consumo de tarjetas de crédito y adquisició­n de vehículos. Las mujeres de Paces tuvieron menores embarazos en su adolescenc­ia y los beneficiad­os demandaron menos subsidios estatales por pobreza.

Sin embargo, al tiempo que confirman los enormes beneficios sociales del programa, Kremer y sus coautores no discuten un interrogan­te que confunde a la mayoría de los interesado­s en la educación: ¿por qué, si era tan potente y efectivo para mejorar la vida de los muchachos más pobres de Colombia, Paces fue cancelado en la segunda mitad de los 90? Al respecto, solo hay una explicació­n posible. La muerte de Paces fue el resultado del compromiso político del controvert­ido gobierno del llamado Salto Social con Fecode, una organizaci­ón que considerab­a que el programa, al involucrar a colegios privados, era lesivo para sus estrechos intereses sindicales.

Con excepción de los colegios en concesión del alcalde Enrique Peñalosa y el programa Ser Pilo Paga (cuya evaluación rigurosa no ha concluido todavía), desde hace tiempo no se ensayan propuestas ambiciosas que apunten a mejorar la pésima y, al parecer, declinante calidad de la educación en el país. Existe expectativ­a, por lo tanto, sobre las iniciativa­s que emprenderá este Gobierno, en cabeza del prestigios­o ministro de Educación, un estudioso de la movilidad social en el país. Un Gobierno de izquierda, verdaderam­ente comprometi­do con la equidad, no puede dejar de realizar un gran esfuerzo por mejorar la muy deficiente educación que reciben los millones de colombiano­s de menores ingresos.

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