Terrores y hogares
“¿A DÓNDE UNA PEQUEÑA VIDA, UNA diminuta esperanza, un sueño de tierra y comida, un fogoncito tibio?”. Esta es una de las narraciones que recoge el tomo “Mi cuerpo es la verdad”, del Informe Final de la Comisión de la Verdad. A partir de los testimonios de las 10.864 mujeres escuchadas por la Comisión y del trabajo hecho por un grupo de investigadoras, el documento anda por caminos desgarradores de humillaciones, asesinatos, violencia sexual, despojo de tierras y desplazamiento forzado. Sus historias siguen a las mujeres, desde la vida en territorios tensos de control guerrillero, paramilitar o militar, hasta la llegada a las ciudades. “Trabajaron durante dobles o triples jornadas”, escriben las autoras, “lideraron procesos colectivos con otras mujeres. Algunas jamás se recuperaron y prefirieron olvidar; otras, en cambio, hicieron de la memoria su bandera de no repetición, reclamaron y siguen buscando dignificar su dolor”.
Se cuentan también las vivencias de combatientes. Los testimonios recogen toda suerte de pérdidas: de la familia, los hijos, los embarazos, los ideales, la capacidad de maniobra sobre la propia vida. En varias de sus esquinas, este tomo da un vistazo a los hogares. Explica cómo todos los grupos armados ejercieron control a través de la ruptura del tejido social de las poblaciones. Se hizo daño a los cultivos, las formas de vida, la familia, las rutinas escolares. Pero sobre todo revela cómo entre tanto terror armado la escala íntima del hogar albergaba otra violencia menos pública, pero igualmente cotidiana.
Con el cese al fuego surgió un nuevo contexto político y económico de paz formal. Esto no significó, sin embargo, la paz a puerta cerrada. Por el contrario, el hogar es, una vez más, un epicentro espacial de violencias íntimas. En la página de la Fiscalía aparecen a diario los casos que se reportan (que no son todos los que se presentan). Un hombre es retenido tras una tentativa de homicidio y violencia intrafamiliar, de las que fueron víctimas su compañera permanente e hijo menor de edad en Puerto Gaitán. Se abre investigación contra un hombre en El Espinal por presuntamente venir sometiendo a la violencia desde 2017 a su esposa e hijo, también menor de edad. Dos hombres fueron acusados por la comunidad porque al parecer agredieron a sus exparejas sentimentales, en San José del Guaviare. Un hombre es acusado de atacar a golpes a su pareja sentimental, en Fusagasugá. Otro es acusado por sus vecinos de violencia contra su expareja sentimental y bebé recién nacido, en San Andrés.
Durante el año 2021, según cifras de Medicina Legal, la violencia intrafamiliar ejercida por parejas o exparejas en contra de mujeres en Colombia aumentó 11,89 % con respecto al año 2020. En 2021 se registraron 210 feminicidios, lo que significó un aumento del 12,3 % con respecto al año anterior. En marzo de este año se reportó que los casos seguían subiendo, con respecto a lo registrado en 2021.
Valdría la pena, entonces, pensar el hogar como un lugar aparte, independiente de las violencias que se negocian y se castigan públicamente. Pensarlo como trenzado con el conflicto armado. Un espacio que está relacionado íntimamente con los cambios y el futuro político del país. La intimidad del hogar tiene quizá la capacidad de reelaborar las grandes narrativas de cambio por las que está jugado el nuevo Gobierno progresista.
Las guerras íntimas de la mentada violencia intrafamiliar hacen del hogar un espacio tenso, difícil y propenso a la crisis. Rastrear estas violencias (cómo se ejercen, experimentan y resisten) es importante e informaría los esfuerzos por resolver otros conflictos y alcanzar la llamada paz total. Valdría la pena trabajar para priorizar el hogar y desincentivar sus violencias con sentido de urgencia. Hasta que esto no suceda, ningún pacto nacional será verdaderamente histórico.