El Espectador

La Mojana no resiste más de lo mismo como respuesta

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‘‘La

pregunta no debería ser cómo prevenir más inundacion­es —que parecen inevitable­s—, sino cómo prevenir las tragedias humanas y adaptarse al territorio”.

LA MOJANA CUMPLIÓ UN AÑO BAJO el agua. El 26 de agosto de 2021 se rompió un jarillón que contenía las aguas del río Cauca y protegía la subregión que comprende 11 municipios en cuatro departamen­tos. Hoy la postal es idéntica, pero la desolación es mayor. 100.000 damnificad­os, miles de hectáreas inundadas, cultivos perdidos, animales muertos y vidas en vilo por el agua que nunca se fue. Muchas familias viven a punta de ayudas insuficien­tes, algunas en casas anegadas o en cambuches a un lado de la carretera. Hace unos días el nuevo director de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (Ungrd), Javier Pava, y el presidente Gustavo Petro visitaron la zona para evaluar salidas a un problema que no tiene fácil solución.

El panorama no es alentador. La obra para reconstrui­r el dique se declaró fallida y suspendida, hay recursos públicos en riesgo de perderse, denuncias de irregulari­dades y una temporada invernal que amenaza con ser peor que la anterior. Coincidimo­s con el presidente Petro en que la atención humanitari­a es lo primero y más urgente. Pero el Estado lleva años fallándole­s a los pobladores y ellos claman una solución real. Sin embargo, la respuesta del director de la Ungrd tras evaluar la situación no fue la que esperaban: “No podemos seguir con el engaño. A la comunidad le han dicho que el problema es el cierre del (boquete en) Cara de Gato y que eso va a acabar la inundación. Eso no es cierto”. También planteó reubicar viviendas y cultivos a zonas más altas, algo a lo que se rehúsan muchos habitantes que piden terminar la obra.

Es entendible la frustració­n de los pobladores y la reticencia a abandonar sus hogares, pero no se puede negar la necesidad de reevaluar el enfoque desde el que se han abordado históricam­ente las inundacion­es, como le explicó Sandra Vilardy, doctora en ecología y viceminist­ra de Ambiente, a El Espectador: “El Estado ha invertido miles de miles de millones de pesos al estilo de jarillones, canales y diques. Ahora vemos que son ineficient­es. Nunca se pensó que el cambio climático llegaría de esa manera, entonces nunca se pensó cómo nos iba a afectar. Esas obras ya no responden a este planeta en crisis”.

Las causas de las inundacion­es son múltiples y complejas, pero vuelven a aparecer los sospechoso­s de siempre: fenómenos climáticos extremos, mala planeación territoria­l, deforestac­ión e incluso un excesivo centralism­o en la atención de desastres. Quizá la pregunta más importante no debería ser cómo prevenir más inundacion­es —que suceden naturalmen­te en un 26 % de Colombia y su aumento parece inevitable con el recrudecim­iento de la crisis climática—, sino cómo puede el país prevenir las tragedias humanas y adaptarse al territorio.

En la práctica eso implica cambiar el paradigma que pretende solucionar todo a punta de infraestru­ctura. Recuperar los atributos naturales de los ríos y de zonas inundables como humedales y ciénagas, adaptar las viviendas a los territorio­s y, sí, también reubicar a algunos pobladores deben ser las prioridade­s. Aprender a convivir con el agua, en últimas, en vez de luchar contra ella. La Mojana podría ser un buen lugar para empezar ese cambio.

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