Los juriscorruptos
EN HORA BUENA, LA RECIÉN CREADA Comisión Nacional de Disciplina Judicial expulsó de la profesión de abogado al mal llamado jurista Francisco Ricaurte quien, con su comportamiento nefasto y criminal, no solo atentó contra los valores de la honestidad, la probidad y la corrección que debe tener todo abogado, sino que, además, fue protagonista del peor escándalo de corrupción en la justicia colombiana.
Por esta razón, en Colombia recordaremos a los “juriscorruptos” quienes, ostentando el cargo de magistrados de la Corte Suprema y también como abogados, permitieron que la justicia se sometiera a los intereses del mejor postor a través de una organización criminal liderada por ellos.
Lo hecho por Francisco Ricaurte y los demás integrantes del “cartel de la toga” afectó la confianza de los ciudadanos en la justicia y quebrantó los valores de los que debe estar revestido todo abogado, que en el caso de Ricaurte brillaban por su ausencia.
El daño que hizo semejante delincuente a la Rama Judicial y a la profesión de abogado fue excesivamente grave. ¿Cómo podría uno explicar que el presidente de la Corte Suprema orquestó en el seno de esa corporación una organización criminal dedicada a ponerle precio a lo correcto y lo incorrecto para favorecer a quien pudiera pagarlo? Todo esto me recuerda a Quevedo cuando decía: “¿Quién los jueces con pasión, sin ser ungüento, hace humanos? Pues untándoles las manos les ablanda el corazón”.
Por todo lo anterior, la decisión de expulsar a Ricaurte era lo mínimo que se podía esperar de las autoridades disciplinarias. Hizo bien la Comisión en sancionar a este indigno sujeto quien, por lo menos acá en la Tierra, no merece perdón alguno. Dijo la Comisión que Ricaurte “causó un inmenso perjuicio a la profesión de abogado y además contribuyó a que la Rama Judicial, en cabeza de una alta corte como administradora de justicia en Colombia, sea altamente cuestionada por los administrados”.
Expulsar a ese personajillo de la profesión de abogado resulta importante para que la gente vuelva a confiar en la justicia. También, para hacerles honor a quienes ejercen de manera correcta y para que nadie se atreva a compararlos con semejantes corruptos como resultaron ser Ricaurte y sus socios.
Ser honesto es un comportamiento que se refrenda día tras día y ahí se convierte en virtud. Quien se proclame abogado y además ostente una alta dignidad del Estado, como la de magistrado de la Corte Suprema, debe ejercer esta profesión con honradez, sinceridad y rectitud, valores sin los cuales se tornan incompatibles estas nobles misiones.
Por suerte, estos “juriscorruptos” han venido recibiendo sus merecidas condenas, para limpiar la profesión de quienes no merecen ejercerla y así podamos borrar el pasado de aquella época en la que la Corte Suprema de Justicia se vendió al mejor postor por cuenta de una organización criminal que algunos apátridas enquistaron allí.
Hay esperanza. Buena decisión.