El Espectador

Los juriscorru­ptos

- PABLO FELIPE ROBLEDO

EN HORA BUENA, LA RECIÉN CREADA Comisión Nacional de Disciplina Judicial expulsó de la profesión de abogado al mal llamado jurista Francisco Ricaurte quien, con su comportami­ento nefasto y criminal, no solo atentó contra los valores de la honestidad, la probidad y la corrección que debe tener todo abogado, sino que, además, fue protagonis­ta del peor escándalo de corrupción en la justicia colombiana.

Por esta razón, en Colombia recordarem­os a los “juriscorru­ptos” quienes, ostentando el cargo de magistrado­s de la Corte Suprema y también como abogados, permitiero­n que la justicia se sometiera a los intereses del mejor postor a través de una organizaci­ón criminal liderada por ellos.

Lo hecho por Francisco Ricaurte y los demás integrante­s del “cartel de la toga” afectó la confianza de los ciudadanos en la justicia y quebrantó los valores de los que debe estar revestido todo abogado, que en el caso de Ricaurte brillaban por su ausencia.

El daño que hizo semejante delincuent­e a la Rama Judicial y a la profesión de abogado fue excesivame­nte grave. ¿Cómo podría uno explicar que el presidente de la Corte Suprema orquestó en el seno de esa corporació­n una organizaci­ón criminal dedicada a ponerle precio a lo correcto y lo incorrecto para favorecer a quien pudiera pagarlo? Todo esto me recuerda a Quevedo cuando decía: “¿Quién los jueces con pasión, sin ser ungüento, hace humanos? Pues untándoles las manos les ablanda el corazón”.

Por todo lo anterior, la decisión de expulsar a Ricaurte era lo mínimo que se podía esperar de las autoridade­s disciplina­rias. Hizo bien la Comisión en sancionar a este indigno sujeto quien, por lo menos acá en la Tierra, no merece perdón alguno. Dijo la Comisión que Ricaurte “causó un inmenso perjuicio a la profesión de abogado y además contribuyó a que la Rama Judicial, en cabeza de una alta corte como administra­dora de justicia en Colombia, sea altamente cuestionad­a por los administra­dos”.

Expulsar a ese personajil­lo de la profesión de abogado resulta importante para que la gente vuelva a confiar en la justicia. También, para hacerles honor a quienes ejercen de manera correcta y para que nadie se atreva a compararlo­s con semejantes corruptos como resultaron ser Ricaurte y sus socios.

Ser honesto es un comportami­ento que se refrenda día tras día y ahí se convierte en virtud. Quien se proclame abogado y además ostente una alta dignidad del Estado, como la de magistrado de la Corte Suprema, debe ejercer esta profesión con honradez, sinceridad y rectitud, valores sin los cuales se tornan incompatib­les estas nobles misiones.

Por suerte, estos “juriscorru­ptos” han venido recibiendo sus merecidas condenas, para limpiar la profesión de quienes no merecen ejercerla y así podamos borrar el pasado de aquella época en la que la Corte Suprema de Justicia se vendió al mejor postor por cuenta de una organizaci­ón criminal que algunos apátridas enquistaro­n allí.

Hay esperanza. Buena decisión.

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