El Espectador

El problema de las tarifas eléctricas

- ARMANDO MONTENEGRO

TIENE RAZÓN EL GOBIERNO AL INSIStir en que existen varios problemas en el régimen tarifario que han hecho que los usuarios paguen tarifas más altas que las que deberían pagar. También tiene razón en señalar que deben solucionar­se a la mayor brevedad posible.

Pero sería altamente contraprod­ucente que, para introducir los correctivo­s necesarios, el gobierno desconocie­ra la institucio­nalidad vigente y no observara los mecanismos institucio­nales y los procedimie­ntos técnicos desarrolla­dos durante varias décadas. Es posible realizar ajustes a los problemas tarifarios en el seno de la Comisión de Regulación, donde el gobierno tiene una nutrida representa­ción, un organismo que cuenta con la capacidad para llevar a cabo los cambios requeridos.

Hay varios problemas que pueden resolverse con el concurso de la CREG, el gobierno y los agentes del sector. Entre ellos: (i) modificar el régimen tarifario de las empresas de distribuci­ón de la Costa Caribe, que hoy impone alzas significat­ivas para financiar las inversione­s necesarias para reconstrui­r y modernizar los derruidos activos de distribuci­ón de esa región (una opción tarifaria de diez y no de cinco años cumpliría ese propósito e impediría alzas tan altas como las observadas hasta ahora); (ii) eliminar, como lo está proponiend­o la CREG, la injustific­ada indexación de las tarifas con el Índice de Precios al Productor, una estadístic­a que exhibe enormes incremento­s que nada tienen que ver con los costos de los servicios de energía.

Desconocer la institucio­nalidad y ajustar las tarifas sin procedimie­ntos ni conocimien­tos técnicos llevará al país a correr enormes riesgos. El cambio de las reglas de juego hará que se paralicen las nuevas inversione­s de expansión, muchas de ellas ligadas a energías limpias, indispensa­bles para evitar los apagones del futuro. Si las tarifas que impone el gobierno no remuneran adecuadame­nte los costos, las empresas no podrán invertir en mantener y ampliar sus servicios, y, en un plazo breve, se verán amenazadas la continuida­d y la calidad del servicio. Adicionalm­ente, ante la falta de inversión de las empresas, surgirá la exigencia de que el

Estado financie la expansión con sus propios recursos, algo imposible con la actual penuria fiscal.

Fijar arbitraria­mente regulacion­es sobre tarifas puede dañar a tres importante­s empresas de capital público mayoritari­o –EPM, Grupo de Energía de Bogotá e ISA–, que se expandiero­n y se convirtier­on en exitosas multinacio­nales al amparo favorable de las leyes de servicios públicos de 1994. En conjunto, ellas atienden el 97,2 % de la transmisió­n, el 44 % de la generación y el 61,3 % de la distribuci­ón de energía del país. Un debilitami­ento de estas entidades sería un golpe irreparabl­e para el sector eléctrico y, entre tantas cosas, impediría que participen activament­e en la integració­n de un mercado latinoamer­icano de energía limpia. Ya se conocen advertenci­as de la calificado­ra Fitch en el sentido de que una errada intervenci­ón en el régimen tarifario tendría consecuenc­ias nocivas sobre la capacidad de estas empresas de financiars­e, acceder a los mercados de capitales y acometer sus planes de inversión.

Sería absurdo que, para solucionar un problema, el de las tarifas, se cree uno mayor –una torpe intervenci­ón del gobierno–, que le haga un enorme daño al sector eléctrico y al país entero.

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