El Espectador

No podemos seguir normalizan­do el autoritari­smo

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LA EXTREMA DERECHA LLEVA AÑOS amenazando imponerse en el panorama político en Europa y, por momentos, parece que lo está logrando. El último campanazo de alerta ocurrió en Suecia, y lo más seguro es que le seguirá otro más en Italia este domingo. Si continúa el deterioro de los valores democrátic­os, el continente puede caer en la complacenc­ia con el autoritari­smo que tan pavorosos recuerdos dejó durante el siglo pasado.

En las pasadas elecciones del 11 de septiembre el partido con raíces neonazis Democrátas de Suecia (DS) obtuvo una votación histórica del 20 %, convirtién­dose en la segunda fuerza electoral del país. Aunque los socialdemó­cratas, liderados por la actual primera ministra, Magdalena Andersson, siguen siendo el partido más grande (30 %), en ese país los bloques políticos definen quién ocupa el poder, y en este caso el de derecha, al que pertenece DS, se impuso con 176 escaños a los 173 del bloque de izquierda. Andersson anunció su renuncia y se espera que el próximo gobierno sea encabezado por Ulf Kristersso­n, del Partido Moderado (conservado­res), porque el líder de DS, Jimmie Akesson, no cuenta con el apoyo completo de las cuatro fuerzas de la coalición derechista. Todo esto en un país donde el Partido Socialdemó­crata había dominado el mapa político desde la década de 1930.

Lo propio puede suceder en Italia en las elecciones del 25 de septiembre. Las encuestas apuntan a una victoria prácticame­nte segura de Giorgia Meloni y de su partido, Hermanos de Italia, de orígenes fascistas y agresivas posturas antiinmigr­ación.

DS, los Hermanos de Italia y otros partidos de extrema derecha en el continente comparten discursos populistas que favorecen el nacionalis­mo, el euroescept­icismo, la xenofobia, la discrimina­ción de las minorías y el negacionis­mo del cambio climático. Pero hay algo más en común. En apenas unos años casi todos pasaron de ser colectivid­ades “parias” a convertirs­e en fuerzas reconocida­s y considerab­les con las que los partidos de derecha más moderados están dispuestos a pactar y cogobernar con tal de llegar al poder, rompiendo un histórico “cordón sanitario” que había marginado hasta hace poco las posiciones más radicales. Esto va de la mano con un lavado de cara de muchos extremista­s que han intentado suavizar su imagen para atraer más electores, entre ellos Meloni.

El resultado es que la presencia de estos partidos se ha ido normalizan­do, algo que favorece la tolerancia hacia discursos cada vez más autoritari­os. Hungría es el mejor ejemplo de este proceso. Su primer ministro, Viktor Orban, un autodenoni­mado “iliberal”, ya completa 12 años en el poder y en ese tiempo las libertades y los derechos se han deteriorad­o tanto que el Parlamento Europeo afirmó hace unos días que el país ya no es una democracia.

Lo sucedido en Suecia, bastión de los valores liberales y el Estado de bienestar, es un llamado para todos los países que defienden la democracia sobre la necesidad de recuperar la confianza de las personas. El gran éxito de la extrema derecha es que ha sabido capitaliza­r mejor que nadie la insatisfac­ción y el desencanto, promoviend­o visiones individual­istas y divisivas. Llamar el extremismo por su nombre y recuperar la legitimida­d de los gobiernos democrátic­os es un imperativo para los líderes políticos. Estamos advertidos.

‘‘Lo

sucedido en Suecia, bastión de los valores liberales y el Estado de bienestar, es un llamado para todos los países que defienden la democracia”.

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