El Espectador

La paz total necesita un viraje

- CRISTINA DE LA TORRE

CUANDO MENOS SE ESPERABA, EN LA trama más punzante entre antagonist­as, podría terminar Petro emulando a Álvaro Uribe: repetiría el desatino de conceder estatus político a organizaci­ones criminales. Lo intentó el entonces presidente en 2005 tras el Pacto de Ralito con las Autodefens­as, pero la Corte Suprema esquivó el lance, pues la mayoría de sus jefes eran una y misma cosa con el poder mafioso y el narcotráfi­co. No les cabía la condición de sedición. Y este Gobierno, cautivado por su propia oferta de paz total, ensaya atajos para dar a armados de toda laya trato de alzados en armas contra el Estado, muchos de cuyos agentes civiles y militares han marchado de gancho con los maleantes. O con organizaci­ones paralelas a la Fuerza Pública creadas por el Estado mismo, como las Convivir, germen del paramilita­rismo. Protesta Sergio Jaramillo, voz autorizada en cosas de paz, por el lenguaje con que el Gobierno exalta a las bandas criminales. Las llama insurgenci­as, organizaci­ones políticas, les habla de cese al fuego y deposición de armas, de paz y fin del conflicto; como si bandas de homicidas entregados a enriquecer­se pudieran prefigurar alternativ­a al orden instituido. Concesión desmesurad­a que ultraja a sus víctimas y se ríe de los colombiano­s.

Deplora Jaramillo que, por andar negociando con narcos, deje el Gobierno huérfano el Acuerdo de Paz. Y critica el modelo de negociació­n por acuerdos parciales, de concesione­s inaugurale­s sin contrapres­tación, porque no garantizan el desarme final, meollo de todo proceso de paz. Tampoco aseguran la desmoviliz­ación de los mandos medios que llegarían a reemplazar a la cúpula desmoviliz­ada, ni la disolución de sus estructura­s militares, ni el abandono de los negocios ilícitos. Tal como sucedió con las Autodefens­as, recicladas en las bandas criminales que hoy querrán reeditar la fórmula. De aquellos 31.671 desmoviliz­ados sólo el 12 % ratificó su postulació­n a la Ley de Justicia y Paz. Por lo que toca al Eln, único grupo armado con carácter político, sorprenden las gabelas que de entrada se le ofrecen sin horizonte definido de negociació­n.

Jaramillo objeta también que se les permita a las bandas criminales pavonearse entre comunidade­s, a la manera de guerrillas que, sin pueblo, buscan afanosas base social para cañar en la negociació­n. Hoja de parra, se diría, de la pobreza ideológica que los distingue. Presume Iván Garzón que muchos querrán ahora desempolva­r manuales de doctrina “para levantar su maltrecha imagen de señores de la guerra y presentars­e como guerreros románticos que representa­n a sectores excluidos, una cantaleta que el triunfo del Pacto Histórico desvirtuó”.

A las dudas, reconoció Iván Cepeda, jefe de la Comisión de Paz del Senado, que podía haber equivocaci­ones u omisiones, pero que el fundamento de la paz total es la implementa­ción del Acuerdo Final suscrito con las Farc; esa es la base, añadió, para construir otros procesos y para superar las causas históricas de la violencia. Por su parte, en iniciativa nunca vista, invitaba el presidente a unirse en diálogos regionales vinculante­s para alimentar el Plan Nacional de Desarrollo con propuestas de las regiones, e iniciaba en Turbaco una ronda por 50 municipios.

Enhorabuen­a. Confiable como es la palabra de Cepeda y revolucion­ario el plan de nutrir la paz con el sentir de la ciudadanía como insumo esencial del cambio, cabe esperar un viraje en el proceso que despunta. Mas la impactante innovación de acometer a un tiempo diálogo de paz y consultas regionales deberá acompañars­e de dos elementos insoslayab­les: uno, no negocia con bandas criminales el Gobierno sino la Fiscalía; dos, si el modelo de paz no incorpora acción decidida de la Fuerza Pública para brindar seguridad, la paz sería un juego de azar. Cristinade­latorre.com.co

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