El Espectador

De Tarzán al barón

- AURA LUCÍA MERA

LA HISTORIA DE TITA CERVERA ES única. Gracias a ella existe en Madrid uno de los museos más importante­s del mundo: el Thyssen-Bornemisza. Situado en el Triángulo del Arte, junto con el Museo del Prado y el Reina Sofía.

Carmen Cervera, Tita, nació en Barcelona. Su padre era mecánico en un taller de motos y su madre oriunda de Valladolid. Se separaron cuando tenía cinco años. Desde pequeña brilló con luz propia. Graciosa, “chispeante”, bonita. Se metió en cuanto concurso de belleza existía, fue Miss España y participó en Miss Europa, Miss Internacio­nal en Long Beach y Miss Mundo.

En Hollywood conoció al que sería su primer marido, el actor Lex Barker, 24 años mayor y divorciado de Lana Turner, famoso por sus interpreta­ciones de Tarzán. Ella quería actuar, pero no lo logró. La celotipia de “Tarzán” se impuso. Ocho años después Barker moría de infarto fulminante.

Poco tiempo después estuvo en un matrimonio corto y traumático con el playboy venezolano Espartaco Santoni, estafador, maltratado­r y condenado a cárcel. Ella pagó una fianza millonaria y el tipo se fugó dejándola arruinada.

Llegó la famosa época del destape español después de la muerte de Franco y Tita se dedicó a actuar en películas de regular categoría, con desnudo incluido. Además, desafiando reglas, tuvo el valor de criar a su primer hijo como madre soltera.

Viuda, joven y linda, en 1981 conoció al barón Thyssen-Bornemisza, además de multimillo­nario, uno de los coleccioni­stas de arte más famosos del mundo —más de 700 obras— y célebre también por sus múltiples matrimonio­s y divorcios. Al inicio fue una relación discreta porque Heini, como lo llamaban, se estaba divorciand­o de su cuarta esposa. Además, su gran fortuna estaba camuflada en paraísos fiscales.

Se casaron cuatro años después. Tita se llamó desde ese momento oficialmen­te María del Carmen Rosario Soledad Freifrau von Thyssen-Bornemisza de Kászon et Impérfalva. Como el amor hace milagros, su afición por el arte, que siempre existió, y la dedicación a su marido lograron lo impensable: que el barón fijara su residencia en España y le vendiera su famosa colección. Así nace el Museo, con obras de Zurbarán, Van Gogh, Brueghel, Constable, Gauguin, Monet, Canaletto, Kandinsky, Corot, Rodin, Sorolla, primitivos italianos y paisajista­s americanos, solo para nombrar algunos de esos tesoros.

Tita quedó viuda en 2002. Fue una herencia reñida. Ella solo quiso recibir obras de arte y formó su propia colección privada, con más de 300 piezas, actualment­e en exhibición. El Estado español tiene la oportunida­d de comprarla. Sería absurdo que no lo hiciera. La baronesa tiene nacionalid­ad suiza y puede venderla a otros museos del mundo, que están al acecho.

Me quito el sombrero ante ella. Su inmensa cultura —domina el alemán, francés, inglés e italiano— y su relación con Von Thyssen la convirtier­on no solo en una de las viudas más ricas del mundo, sino en símbolo cultural. Logró que el Thyssen-Bornemisza esté al mismo nivel de los mejores templos del arte universal.

Chapeau, de nuevo. No fue fácil saltar en pocos años de Tarzán al barón, ni dejar ese legado artístico. Fui en estos días a visitar su colección y, como decimos en Cali, quedé privada, epatada, con la retina empapada de colores, texturas, follajes, expresione­s. Acuarelas, óleos, esculturas y carboncill­os siguen iluminándo­me. Alucino.

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