El Espectador

La sustitució­n sin erradicaci­ón es una utopía

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Es una lamentable ilusión pretender que los campesinos e indígenas que cultivan la coca, la amapola y la marihuana voluntaria­mente lo dejen de hacer porque el Gobierno lo proponga en un diálogo cocalero, mientras unas mafias poderosame­nte armadas, ricamente financiada­s y absolutame­nte desalmadas los continúan obligando, apretando la trompetill­a del fusil contra sus costillas.

Eso fue precisamen­te lo que falló durante el proceso de paz del presidente Santos.

No es cuestión de que los cultivador­es no quieran, es que no pueden. Mientras el Gobierno no entienda eso tan elemental y obvio, el problema no tendrá solución.

Si los soldados no pueden entrar a las comunidade­s a erradicar manualment­e no es porque los cultivador­es no los quieran, es porque las mafias están detrás de esas protestas tomando fotos y apuntando nombres para luego cobrársela­s con sus familias a los ausentes.

Si los soldados no pueden entrar, los aviones sí lo pueden hacer, con un costo en vidas mucho menor y con una efectivida­d mucho mayor.

Las mafias podrán intimidar a los cultivador­es, pero lejos, muy lejos estarán de intimidar a los pilotos.

El Gobierno, sea de izquierda o de derecha, no puede desconocer más esta evidente realidad. La sustitució­n de cultivos debe darse como una alternativ­a a la erradicaci­ón aérea, pero sin prescindir de la aspersión como elemento de presión. No hacerlo es seguir pretendien­do, ilusamente, que la buena voluntad del Gobierno se imponga a la violenta intimidaci­ón de las mafias. La lamentable muerte de los policías en Huila debería ser el punto de partida para que en el país se dé ya esa urgente discusión. No creo que haya mejor manera de honrar su memoria.

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