Palos de ciego
GUSTAVO PETRO NUNCA SE HA PARAdo en minucias. Desde sus ya lejanos días de militancia en el M-19 hasta alcanzar el cénit que para él significa posar sus sexagenarias antífonas en la poltrona de Bolívar, se ha caracterizado por alimentar esa megalomanía tan propia siguiendo al pie de la letra y sin escrúpulos las enseñanzas de Antonio Gramsci —estudioso de la obra de Nicolás Maquiavelo—, que en un prólogo de El príncipe, obra insigne del florentino, asegura que la “naturaleza humana” no es ni abstracta ni estática, sino una realidad histórica en desarrollo. Quizás de este concepto haya surgido la obsesión del nuevo timonel de Colombia por calificar de humanas sus campañas, como disfraz para promover su inocultable ego bajo el engañoso pero atractivo ropaje del interés por la gente.
Quienes vivimos en la capital durante el cuatrienio de la Bogotá Humana no tenemos buenos recuerdos ni motivos para dormir tranquilos. Cómo olvidar que todo comenzó con un efímero gabinete que se fue desmoronando a medida que el autoritarismo del alcalde se hacía patente; que siguió con las promesas incumplidas, las obras a medio camino, los escándalos de corrupción, el empeño del detestable Alejandro Ordóñez por destituirlo (que con semejante imprudencia garantizó la mudanza del Palacio Liévano al de Nariño), la crisis de las basuras, la inseguridad, el caos en la movilidad y, por supuesto, la insatisfacción de más de dos tercios de los habitantes de la ciudad. Y que terminó como la Décima sinfonía de su tocayo Gustav Mahler: inconclusa.
Si nos atenemos a que la gestión pasada es predictiva del desempeño futuro, no hay demasiadas razones para el optimismo. No las hay porque la historia demuestra que, en su papel de regidor de los destinos de la ciudad, Petro fue un excelente orador pero un pésimo ejecutivo, y porque en estas primeras semanas de mandato presidencial el denominador común ha sido el dar palos de ciego a diario. Tal desconexión con la realidad se ha evidenciado en varios nombramientos erráticos, intervenciones improvisadas, difusión de teorías sin sustento, ausencias injustificadas a eventos oficiales y una amplia colección de desatinos que, además de contradecir su discurso de posesión y de encoger su 56 % de favorabilidad, acaban siendo un burbujeante caldo de cultivo para que sus áulicos, ansiosos de protagonismo, pongan en ridículo a la nueva administración con reacciones altisonantes, comentarios desatinados e incluso incendiarios, declaraciones contradictorias e incursiones en terrenos ajenos a las responsabilidades de sus respectivos cargos.
Esta suerte de torre de Babel en la que se ha convertido el Palacio de Nariño parece predestinada a evolucionar como un tenebroso laberinto en el que encontrar salidas no será nada fácil, a menos que el contumaz mandatario decida morigerar, con acciones concretas y no con disertaciones, los ánimos de sus contradictores y también de sus seguidores. No hacerlo podría significar la implosión temprana de la coalición de gobierno, el estallido de la inconformidad latente de muchos estamentos de la vida nacional o, en el peor escenario imaginable, una combinación de los dos riesgos.
El ofuscado Iván Duque, con su concepción del Estado como botín para sus amigos, dejó tan baja la vara que resultaba difícil imaginar que alguien pudiera tener peores ejecutorias. Es demasiado temprano para sacar conclusiones, pero, al paso que vamos, la más evidente es que errar es Humano.