Los ucranianos acusados de colaborar con el ejército ruso
En el frente de guerra la tensión es enorme: los residentes del territorio invadido son acusados de “vendepatrias” por los ucranianos, mientras son presionados por el ejército ruso para colaborarles.
Para Mandryka, fue una elección fácil. “Me negué”, contestó. “Enseñar el plan de estudios ruso es un crimen”. La escuela, con sus aulas adornadas con coloridas imágenes de jirafas y osos, permaneció cerrada.
Iryna Overedna, maestra de segundo grado en la ciudad de Izium, tomó una decisión diferente. “La maestra que hay en mí pensó: ‘Los niños deberían estar en la escuela’”, dijo Overedna. Además, explicó que necesitaba un salario para alimentar a su familia. Viajó a Kursk, en el suroeste de Rusia, para enterarse del nuevo plan de estudios.
Cuando las tropas ucranianas obligaron al ejército ruso a retirarse caóticamente en el noreste de Ucrania este mes, recuperaron pueblos y aldeas que habían estado bajo ocupación durante más de cinco meses. Al hacerlo, heredaron un dilema legal y ético que involucra algunos temas complicados: ¿Quiénes habían colaborado con los rusos cuando tenían el control de los pueblos?
En muchos lugares, los rusos abandonaron tanques y sus propios muertos de la guerra, pero también dejaron las pruebas de posibles crímenes de guerra con fosas comunes y salas de tortura. Para miles de ucranianos, la ocupación se convirtió en un episodio sombrío de colaboración en tiempos de guerra, una acción punible bajo la ley ucraniana.
Pero la situación de muchas actividades no es necesariamente clara, porque están entrelazadas con la vida cotidiana. Las autoridades ucranianas, por ejemplo, no ven a los médicos, bomberos y empleados de empresas de servicios públicos como traidores, porque sus trabajos se consideran esenciales para el funcionamiento de una ciudad. Pero los policías, los empleados del gobierno municipal y regional y algunos profesores que aceptaron trabajar bajo el plan de estudios educativo ruso se clasifican como colaboradores.
Los maestros plantean un dilema especial.
Los funcionarios ucranianos han sido muy críticos con los maestros dispuestos a seguir la orientación rusa. Dicen que en una guerra destinada a anular la identidad y el idioma ucranianos, aceptar educar a los niños con un plan de estudios que niega la existencia de Ucrania como Estado es un crimen grave.
Hay una gran furia dentro del gobierno ucraniano contra los maestros que trabajaron con las autoridades rusas. Serhiy Horbachov, un funcionario del sistema educativo, dijo que los maestros que colaboraron deberían perder sus credenciales, como mínimo. “A estas personas no se les puede permitir trabajar con niños ucranianos”, dijo en una entrevista. “Será una historia muy difícil y dolorosa”.
Unas 1.200 escuelas permanecen en los territorios ocupados. En su contraofensiva, el ejército ucraniano tomó el control de un área que incluía unos 65 planteles. Aproximadamente la mitad abrió el 1 de septiembre para enseñar el plan de estudios ruso, con unos 200 maestros, según dicen los fiscales ucranianos, pero cerraron las instalaciones en cuestión de días cuando el ejército recuperó esas zonas.
No todos serán arrestados, dijo en una entrevista Volodymyr Lymar, fiscal adjunto de la región de Járkov. Se evaluará a los maestros según el papel activo que desempeñaron en la preparación o promoción de la propaganda rusa para los niños, dijo, y se les impondrá el castigo correspondiente. “Para los maestros es un tema difícil”, dijo.
Izium, una ciudad de elegantes edificios de ladrillo del siglo XIX ubicados en acantilados con vista al río Siversky Donets, ahora está casi en ruinas. Cuando los soldados ucranianos la recuperaron, los residentes los recibieron con albóndigas caseras y abrazos. Incluso días después, muchos se sintieron tan aliviados por el final de la ocupación que lloraron describiendo la liberación de la ciudad.
Pero se enojaron por cómo ahora están siendo juzgados por las concesiones que hicieron para sobrevivir a la ocupación, e incluso por pequeños actos de cooperación con el ejército ruso. Su situación es una muestra de un problema más generalizado para los ucranianos a medida que liberan territorio: la división y la desconfianza que surge de las acusaciones de colaboración.
Algunos civiles en el norte de Ucrania ya han huido a través de la frontera a la ciudad rusa de Bélgorod, diciendo que temen represalias por parte de las autoridades ucranianas por trabajar en las administraciones de la ciudad. Otros dicen que las campañas agresivas en las redes sociales los han convertido en objetivos para sus conciudadanos.
Según los residentes de Izium, pocas semanas después de la invasión rusa en febrero, su adormecida ciudad provincial se había transformado en un mundo de horrores: los cuerpos yacían sin recoger en las aceras, los edificios estaban en ruinas y los soldados rusos patrullaban las calles. La gente se confinó en los sótanos para protegerse de los bombardeos.
Pronto, los residentes se vieron obligados a tomar decisiones incómodas.
“Cada persona eligió su destino”, dijo Oksana Hrizodub, una maestra de literatura rusa que se negó a enseñar para los rusos pero dijo que no juzga a quienes lo hacen. “Para las personas que estaban atrapadas aquí, es un asunto personal”, dijo.
La mayoría de los maestros huyeron del territorio antes de la ocupación o se negaron a enseñar el plan de estudios ruso, quedándose en casa sin un salario y sobreviviendo con vegetales en conserva de sus jardines o con la ayuda de los vecinos.
Overedna, la maestra de segundo grado que accedió a regresar al trabajo, describió lo que caracterizó como pequeños pasos hacia la cooperación con los rusos. Los compromisos morales fueron menores al principio, dijo.
No solo fueron los maestros quienes se comprometieron con el ejército ruso realizando acciones grandes y pequeñas. Serhiy Saltivskyi recibió una “ración de trabajo” que incluía paquetes adi
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1.200 escuelas permanecen en los territorios ocupados. En su contraofensiva, el ejército ucraniano tomó el control de un área que incluía unos 65 planteles.