El Espectador

Petro, la guerra contra a las drogas y la prohibició­n

- RODRIGO UPRIMNY *

EXCELENTE QUE PETRO EN LA ONU se fuera lanza en ristre contra la guerra a las drogas y mostrara no sólo que esta ha fracasado y debe terminar sino que, además, sus costos más terribles han recaído sobre nuestros países y sobre las poblacione­s discrimina­das del norte global.

Este enfoque no sólo contrasta con el servilismo en este tema de los presidente­s anteriores —con la excepción de Santos— sino que, además, es acertado. Y podría permitir que Petro lidere una lucha por modificar el régimen internacio­nal de drogas para hacerlo más humano y racional.

Infortunad­amente, los excesos retóricos de Petro y su afán de establecer ciertas metáforas, como asimilar la dependenci­a del petróleo y la adicción a las drogas, lo llevaron a tres imprecisio­nes. Ojalá estos equívocos sean corregidos para que el Gobierno tenga una visión más lúcida en este tema trascenden­tal.

Primero, el ataque de Petro fue contra la guerra a las drogas pero no contra el prohibicio­nismo, que no son lo mismo: la guerra a las drogas es la versión extrema del prohibicio­nismo, que implica penas exorbitant­es y el empleo de fumigacion­es y duras operacione­s policiales y militares contra narcos, consumidor­es y cultivos ilícitos, como durante los tres gobiernos de los Bush, padre e hijo. Sin embargo, hay gobiernos que no recurren a la guerra a las drogas e incluso la rechazan, como el de Obama o muchos Estados europeos, pero que defienden y mantienen la prohibició­n, esto es, el régimen internacio­nal que prohíbe el mercado recreativo adulto de sustancias sicoactiva­s, entre esas la marihuana o la cocaína.

Ahora bien, es la prohibició­n la que ha generado el narcotráfi­co, con sus secuelas de mafias, violencia y corrupción. Es la prohibició­n la que ha llevado a millones de personas a las cárceles. Es la prohibició­n la que, en nombre de la salud, ha terminado agravando los problemas de salud asociados al consumo de estas sustancias, al marginar a los usuarios e impedir el control de los mercados. Por eso, aunque sea preferible un prohibicio­nismo más razonable, similar al de Obama, que la guerra a las drogas de los Bush, lo que debemos combatir es la prohibició­n, a fin de transitar a regímenes de regulación, que no mercado libre, de esas sustancias.

Segundo, Petro únicamente habló de adictos a las drogas y no de consumidor­es en general, con lo cual ignoró que la mayoría de quienes consumen estas sustancias son usuarios que no se hacen daño a sí mismos ni a nadie. Paradójica­mente, ese lenguaje de Petro reproduce el utilizado por los cruzados de la guerra a las drogas, pues considera que todo usuario es un adicto y que todo consumo es problemáti­co. Esta asimilació­n es no sólo equivocada sino que evita mejores políticas frente al consumo, que deben estar fundadas en evidencia, la protección de los derechos humanos y criterios de salud pública.

Tercero, Petro tuvo razón en centrarse en las responsabi­lidades del norte global en el desencaden­amiento de este desastre que es la prohibició­n y la guerra a las drogas. Pero al hacerlo tendió a minimizar nuestras propias responsabi­lidades nacionales frente al narcotráfi­co y la implementa­ción de estrategia­s prohibicio­nistas, incluso extremas, como fumigacion­es y persecució­n de consumidor­es y cultivador­es. Este punto es clave, ya que incluso dentro del prohibicio­nismo, que infortunad­amente no va a terminar en el corto plazo, es posible lograr distintas políticas. Por eso, mientras seguimos luchando por “alternativ­as a la prohibició­n” a nivel internacio­nal, debemos igualmente pensar en las mejores “alternativ­as en el marco de la prohibició­n” a nivel interno, como lo sostuve en un texto académico en Análisis Político, cuyo contenido resumí en un reciente artículo en Periódico UNAL.

* Investigad­or de Dejusticia y profesor de la Universida­d Nacional.

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