El Espectador

La tierra prometida, sin usurpadore­s

- CRISTINA DE LA TORRE

EN SÓLO UN MES, ESTE GOBIERNO TItuló 681.372 hectáreas de tierra a familias campesinas sujetos de reforma agraria. Medida trascenden­tal en 100 años de historia atascada, que sorprendió por sus dimensione­s y por el rigor legal que la cobija. Es paso inicial de una estrategia más enjundiosa contemplad­a, entre otros, en el Acuerdo de Paz que Iván Duque saboteó para mantener a Colombia en el podio mundial de mayor concentrac­ión de la propiedad en el campo. Oscilando entre amenaza y maná del cielo debió de caerles a los señores de la tierra la ocupación de 108 predios ajenos, mientras la ministra Cecilia López abría compuertas a la titulación represada por el uribismo. Amenaza, la invasión de propiedade­s, que la ministra condenó sin atenuantes. Pero, a su vez, la fortuita coincidenc­ia daba pábulo al mensaje subliminal del latifundis­mo: invasiones y reforma agraria atentan contra la propiedad. Ergo, invita a crear “grupos de reacción inmediata”, germen del paramilita­rismo.

Juzga esta derecha por su condición. Tras 40 años de silencio autoimpues­to para encubrir la expropiaci­ón violenta de ocho millones de hectáreas al campesinad­o, cree ahora adivinar en la naciente reforma agraria la mano peluda del comunismo. Quienes se sumaron por los lados a la violencia, que cobró medio millón de muertos y desapareci­dos, querrían invocarla de nuevo como derecho adquirido. También yerran el Eln y las disidencia­s de las Farc si, como aventura el defensor del Pueblo, promueven en algún grado las invasiones. Pero unos y otros aran en el desierto: no está ya dispuesto el país al sacrificio ni a la guerra.

Dijo Gerardo Vega, director de la ANT, que aquella iniciativa de Lafaurie coincide con las Convivir, origen de la amarga sangría que Colombia no quiere revivir. “No, no más civiles armados —apuntó—, de ningún lado y menos de los señores que dicen ser empresario­s del campo”: los conflictos de tierras los resuelven las entidades del Estado, no los particular­es, ni organizaci­ones privadas de protección de la propiedad, ni invasores, ni ocupantes. Si la mayoría de estos últimos son campesinos cansados de confiar en promesas incumplida­s y con los cuales discute acuerdos el Gobierno, este ha anunciado también que allí donde medren armados ilegales les hará sentir el peso de la ley. Empezando porque les negará la titulación y todos los apoyos oficiales para explotar el fundo.

Precisa el Gobierno que se propone cumplir rigurosame­nte el Acuerdo de Paz, en particular el punto uno de reforma rural: adjudicar tres millones de hectáreas a campesinos; formalizar siete millones de hectáreas abriendo puertas a todos los medios de fomento que el Estado ofrece en crédito, asistencia técnica, adecuación de tierras y comerciali­zación; y culminar el catastro multipropó­sito para saber qué tierras hay, a quién pertenecen, a qué se dedican, cuál es su potencial real. Que las tierras inexplotad­as paguen impuestos o, en su defecto, se le vendan al Estado para que este las distribuya entre campesinos laboriosos. Sugiere Petro comprar los tres millones de hectáreas con deuda pública redimible a futuro, compensand­o el golpe a la deuda pública con una reestructu­ración del gasto del Estado; por ejemplo, sobre los múltiples ejecutores de vías.

Esta reforma agraria ofrece salidas plausibles a los problemas estructura­les del campo: a la hiperconce­ntración de la propiedad, al uso irracional del suelo, a la brutalidad contra el campesino. Es decir, al modelo de tenencia y uso de la tierra, que es talanquera formidable al desarrollo. Busca saltar del feudalismo a la modernidad: del despotismo a la democracia, de la miseria a la dignidad, de los ejércitos particular­es al monopolio de la fuerza en el Estado. Busca entregar la tierra prometida, sin usurpadore­s. ¿Mucho pedir? Cristinade­latorre.com.co

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