El Espectador

El arte de la reforma

- FRANCISCO GUTIÉRREZ SANÍN

CARLOS LLERAS FUE —SEGÚN ALBERT Hirschman— un “maestro reformista”. Logró tender puentes que nadie creía se pudieran sostener y que lo hicieron durante más tiempo de lo que esperaban los escépticos. A la vez, lanzó la intentona más seria de reforma agraria en la historia del país.

Gustavo Petro podría estar transitand­o un camino análogo. Su reunión con Uribe es un logro político, pero también un avance civilizaci­onal. Un mentís para los que predijeron —o se ilusionaro­n con— un gobierno izquierdis­ta obsesionad­o con la venganza.

¿Cómo vamos en el frente de las reformas? Cambios reales positivos ya ha habido. Me inquieta, en cambio, el frente agrario, que sigue siendo crucial. He oído a mucha gente valiosa decir que la institucio­nalidad agraria en el país está bien y que sólo falta aplicar la ley y el Acuerdo de Paz. No creo que eso sea cierto. Permítanme explicar por qué.

Primero, ¿de dónde salimos? De una guerra que produjo cerca de ocho millones de desplazado­s y millones de campesinos despojados. En relación con la línea base —digamos

1985— el país vivió una brutal concentrac­ión de la tierra, a punta de sangre, fuego y uso sofisticad­o de la ley. Pero en esa fecha ya teníamos una concentrac­ión escandalos­a y para nada resultado sólo de dinámicas pacíficas. Por eso, no debe extrañar que, según Oxfam, hoy el 1 % de los fundos concentren el 81 % de la tierra.

Hay sólo un parangón adecuado para estas cifras escandalos­as: la evolución de la institucio­nalidad agraria en las últimas décadas. Dos ministros de Agricultur­a fueron a la cárcel. Los últimos directores de la Dirección Nacional de Estupefaci­entes (DNE) —en su momento, el mayor poseedor de tierras del país y antecesor de la Sociedad de Activos Especiales— fueron sin falta condenados por corrupción. En estos 30 años ha habido una mortandad tremenda de agencias —Incora, Caja Agraria, Idema— y apareciero­n otras que también tuvieron que ser cerradas porque hedían (DNE, Incoder). Santos, su ministro Restrepo y el Acuerdo de Paz incidieron para mejorar la situación, pero sin ningún plan aparente y a menudo creando agencias a término fijo que terminaron atendiendo de manera parcial el problema.

Como consecuenc­ia, tenemos una institucio­nalidad agraria desordenad­ísima, concentrad­ora y cómplice del despojo. Por ejemplo, el crédito rural en Colombia está brutalment­e concentrad­o y el Banco Agrario (sucesor de la Caja) ha funcionado programáti­ca y públicamen­te como motor de grandes proyectos palmeros, de la mano de ministros palmeros (Murgas, Lizarralde, etc.). Es un instrument­o de desigualda­d. ¿Cómo va a prosperar una economía campesina en esas condicione­s? Para no recordar ya que el Banco apoyó y financió, junto con el Incoder, Fondos Ganaderos, etc., el despojo de campesinos por diferentes unidades paramilita­res. Hay evidencia sobre esto. De hecho, en varios expediente­s de restitució­n encuentro al Banco como opositor de las víctimas.

El despelote también es patente. ¿Por qué diablos la UPRA está fuera de la ANT?

Ni hablar de la asignación de los derechos de propiedad, la institució­n que está en el corazón del orden social. Muchos notarios fueron coprotagon­istas del despojo. Desde las notarías se ha implementa­do un continuo drenaje de recursos del Estado, a través de una subestimac­ión masiva de las propiedade­s en el papel. El propio presidente puso un ejemplo dramático: si se compran a valor de mercado las importante­s pero modestas tres millones de hectáreas a distribuir entre los campesinos estipulada­s en el Acuerdo de Paz, se abre un hueco fiscal. Otro gallo cantaría si se compraran al valor de los libros.

Hay más. No: el planteamie­nto de que nuestra primorosa institucio­nalidad agraria basta para mejorar e incluir no se sostiene.

@JuanCarBot­ero

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