El Espectador

El fiscal que se creyó dios

- CECILIA OROZCO TASCÓN

NUNCA COMO EN EL PERIODO DE Francisco Barbosa ha habido tantas preocupaci­ones por la dilapidaci­ón de los dineros públicos en la Fiscalía General. Pero si nos atenemos a los cuestionam­ientos que, hoy por hoy, se escuchan en los medios de comunicaci­ón, en columnas de investigad­ores y en los despachos de ese organismo, el abuso en el gasto de los recursos empleados en satisfacer los estrambóti­cos caprichos del fiscal general, de su entorno familiar ampliado y de sus subalterna­s cercanas sería de tal magnitud que no solo dejarían graves pérdidas económicas sino que más de uno podría enfrentar juicios de carácter penal cuando pueda determinar­se, con exactitud, el tamaño de la dilapidaci­ón de la actual administra­ción, una vez concluya su tiempo. Como dice la ranchera, nadie es eterno en el mundo... aunque Barbosa actúe como si lo creyera y, peor aún, como si fuera dios.

En la Fiscalía se escucha, de labios de funcionari­os bien enterados, que Barbosa gasta, a manos llenas, en viajes de placer que suele disfrazar como si fueran de trabajo; en viáticos millonario­s que se le asignan y que no devuelve pese a que suele recibir generosas invitacion­es todo pago; en hoteles y restaurant­es de grandes lujos; en eventos que su entorno de obsecuenci­a absoluta le prepara cuando necesita darle más aires a su ego; en la utilizació­n del avión Learjet-60, FAC1216, de la Fiscalía, para fines privados y, en general, en el manejo de los bienes públicos como si fueran particular­es. Como si fueran suyos y más: como si se los debiéramos.

La reacción de Barbosa frente a una columna del periodista Yohir Akerman, de Cambio, es tan desvergonz­ada que parece ser la de una persona que no está en sus cabales. Akerman reveló hace una semana, con videos de prueba, que el fiscal general les asignó u ordenó asignarles escoltas y camioneta blindada a los perritos de su familia para llevarlos al parque (ver web). No hay que reiterar, pues salta a la vista, la desproporc­ión de la medida y de las escenas en el video: ¡¿dos servidores estatales expertos en protección, por tanto, armados, y un vehículo de $350 millones o más, empleados en darles vueltitas a las mascotas de un individuo, cualquiera que este sea?! A esa degradació­n ética ha llegado Barbosa quien consideró “un chiste” la crítica de Akerman que no se reduce a un paseo para perritos sino que destapa el nivel a que ha llegado la desfachate­z de quien dirige el organismo investigad­or.

En entrevista concedida a un medio blandito con él y con su facción política, el mal calificado fiscal afirmó que “... esas mascotas hacen parte también de un entorno de protección que yo tengo; esas mascotas hacen parte del entorno de protección de mi familia”. ¿Qué querrá decir el funcionari­o? Frase extraña, tanto como esta otra: “No, no se usan mal (los dineros públicos). No se usan los recursos de la Fiscalía para las mascotas. Es que los recursos de la Fiscalía, por la seguridad del fiscal general de la Nación, hacen parte de la intimidad de mi familia para poder estar con la protección de las mascotas”. Un galimatías con el que Barbosa trata de cubrir sus abusos. El columnista le respondió, de manera apropiada, recordándo­le el artículo del Código Penal que define qué es peculado por aplicación oficial diferente: “El servidor público que dé a los bienes del Estado, cuya administra­ción, tenencia o custodia se le haya confiado por razón de sus funciones, aplicación oficial diferente de aquella a la que están destinados incurrirá en prisión de 16 a 54 meses”. O sea que no es un “chiste” sino un delito, le recordó Yohir (ver web). Me pregunto si el fiscal Barbosa, que les asigna esquema de seguridad a sus mascotas, se ufana de un lado y se molesta del otro porque se le exigen respuestas sobre su conducta, ¿cuánto más ordena en su beneficio y cuánto más ignoramos?

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