El refugio de los canallas
El anuncio reciente del presidente Putin sobre una escalada militar de su país en la guerra contra Ucrania, debido, según él, a amenazas por parte de Occidente —me recuerda la reflexión que hizo el historiador Edward Gibbon de que “Roma conquistó al mundo en defensa propia”—, hace que las ideas de Stefan Zweig, en su autobiografía El mundo de ayer, parezcan hoy más vigentes que nunca. En su libro, el escritor austríaco, hablando sobre la desgracia y destrucción que provocó la Primera Guerra Mundial, mencionaba aquellos dirigentes que tomaron decisiones en las que la población no tuvo arte ni parte y de cuyos detalles nunca llegó a enterarse, y sin embargo dispusieron así, irrevocablemente, de sus vidas y de las de todos los europeos. Son desgarradoras las imágenes de miles de reservistas rusos huyendo de su país, tras las declaraciones de Putin de movilizarlos a la guerra; ellos son en realidad miles de inocentes llenos de sueños y esperanzas que huyen de la mano oscura de la muerte, no queriendo participar en un conflicto atroz e inhumano. La vida de millones de ucranianos y de rusos fue y será brutalmente dispuesta por la decisión de un sanguinario psicópata.
Pero no únicamente del lado oriental —esos países “incivilizados, comunistas y salvajes”, como Occidente ha hecho creer— se han tomado ese tipo de determinaciones. Desde Estados Unidos, supuesto referente universal de la democracia y las libertades, dos decisiones en la historia reciente, tomadas por dos de sus dirigentes, cambiaron el destino de millones de personas: una es la guerra contra las drogas, política impulsada en la presidencia de Richard Nixon, y la otra es la guerra contra el terrorismo, lanzada bajo la administración de George W. Bush. Aunque fueron diferentes sus fundamentos, los resultados han sido similares. Las dos, que prometían durar poco, han sido eternas; se han invertido miles de millones de dólares, han provocado ríos interminables de sangre —la mayoría de civiles inocentes— y, por último, han tenido motivos demenciales. En la primera, como dijo John Ehrlichman, brazo derecho del presidente Nixon, se buscaba desprestigiar a los hippies que protestaban contra la guerra de Vietnam y a los negros. Y en la segunda, además de la búsqueda del petróleo, ocultas intenciones imperialistas motivaron las invasiones a los países del Medio Oriente.
Putin, por su parte, desplegó su operación especial militar en Ucrania por el inminente peligro que podía representar este país para Rusia en el futuro. Esas tres guerras fueron iniciadas en nombre de la patria. Pues bien, los miles de reservistas rusos que escapan de la carnicería no quieren morir en una guerra absurda. Están dispuestos a ser encarcelados o, como leí recientemente, a romperse un brazo o una pierna, con tal de no ir al frente. Están convencidos de que, como decía el poeta Samuel Johnson, “el patriotismo es el último refugio de los canallas”.