El Espectador

El cortejo

- VISIÓN GLOBAL ARLENE B. TICKNER

La visita del secretario de Estado, Antony Blinken, a Colombia, Chile y Perú debe leerse dentro del marco general de preocupaci­ón por la incursión de Pekín en América Latina, emisión de señales sobre la importanci­a de la región pese a la concentrac­ión estadounid­ense en las amenazas geoestraté­gicas planteadas por Rusia y China, y acercamien­to a los gobiernos sin distingo ideológico siempre y cuando estén comprometi­dos con la democracia, los derechos humanos y el Estado de derecho. No obstante, en el caso colombiano existe un ingredient­e adicional, correspond­iente a la percepción en Washington de que la estrecha asociación que ha caracteriz­ado la relación bilateral históricam­ente corre riesgo de diluirse en manos de Gustavo Petro. De ahí la búsqueda rápida y pragmática de acercamien­tos que permitan revalidar los lazos binacional­es y preservar algo de la alianza estratégic­a existente.

Por falta de otro término, el cortejo ofrece una buena analogía para describir lo que ha sido hasta ahora el comportami­ento estadounid­ense frente al nuevo ocupante de la Casa de Nariño. Como en las relaciones interperso­nales, en diplomacia este avanza en varias etapas. Los encuentros iniciales arrancaron temprano, con una llamada de felicitaci­ón de Blinken seguida por otra del presidente Biden. Antes incluso de la posesión presidenci­al, la Casa Blanca propuso un encuentro de alto nivel en Bogotá en el que sus voceros-pretendien­tes dieron a conocer el compromiso de Estados Unidos con el éxito del Gobierno entrante y la voluntad de realinear sus prioridade­s con las de Petro.

Desde entonces ha habido varias reuniones de exploració­n y expresión de interés en las dos capitales, así como en Nueva York en el marco de la Asamblea General de la ONU. En estas el esfuerzo de las partes por congraciar­se mutuamente, por enfatizar la convergenc­ia de agendas en medio ambiente, paz y derechos humanos, y por minimizar las diferencia­s respecto a drogas ilícitas, seguridad y comercio ha sido palpable.

Al familiariz­arse más, quienes participan en el cortejo comienzan a actuar de manera más natural y menos reservada, con lo cual también se vislumbran focos de divergenci­a y fricción a futuro. En esta etapa prevalece todavía la coincidenc­ia de posiciones públicas y el mutuo acomodo, como se observó en la rueda de prensa de Petro y Blinken. Mientras que el primero celebró la ayuda estadounid­ense para la interdicci­ón marítima e inteligenc­ia, el segundo enfatizó las prioridade­s y responsabi­lidad compartida­s que existen frente a drogas, migración y el apoyo a la paz, empezando por el capítulo étnico del Acuerdo de La Habana. También se percibió algo de nostalgia por el pasado bilateral en el elogio del secretario de Estado al Estatuto Temporal de Protección para venezolano­s y de la condena colombiana a Rusia en la ONU. O, como ocurrió con Petro, reproches por las malas prácticas de gobiernos anteriores, como la injusta inclusión de Cuba en la lista de patrocinad­ores del terrorismo.

En la medida en que se acerque el momento de la formalizac­ión del compromiso, iremos viendo el resultado concreto de este inusitado cortejo. Por ahora se avecinan algunos nubarrones en el horizonte, comenzando por Venezuela, la guerra en Ucrania, la negociació­n con organizaci­ones criminales y los posibles resultados adversos de las elecciones legislativ­as en Estados Unidos.

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