El Espectador

Nicaragua y la represión contra la Iglesia católica

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Si bien la persecució­n política en el segmento central de nuestro continente no es nueva, el verdadero problema que está dejando al descubiert­o la penosa situación de monseñor Rolando Álvarez en Nicaragua es que vivimos en tiempos en los que la corrección política le gana a la corrección moral. Esto aplica tanto al nuevo Gobierno colombiano como al papa Francisco, cuyas declaracio­nes o la falta de ellas envían un lamentable mensaje: puede más su simpatía ideológica que su deber. El rechazo más grande tenía que salir del país más pequeño del mundo: el Vaticano. Hoy por hoy, el que calla es cómplice.

Por otro lado, resulta preocupant­e la cada vez más evidente inutilidad de las grandes organizaci­ones diplomátic­as, específica­mente de la ONU, en cuyo Consejo de Derechos Humanos se sientan países que abiertamen­te violan los derechos humanos, mantienen presos políticos en sus cárceles y violan la libertad de expresión, lo que deja un muy escaso margen de maniobra ante abusos autoritari­os de dictadores como Daniel Ortega. ¿Son estos países y sus representa­ntes ante los organismos diplomátic­os los que les pondrían freno a esos desmanes?

Es lamentable ver cómo el hogar de la máxima “nunca más”, proclamada casualment­e después del exterminio genocida de seis millones de judíos en la Segunda Guerra Mundial, se muestra incapaz de contener de manera eficaz amenazas a la seguridad. Así lo ha demostrado en los sucesos recientes de la guerra de Rusia contra Ucrania y segurament­e fallará ante la amenaza que se cierne sobre el clero y cerca de cinco millones de fieles católicos nicaragüen­ses. El mensaje es claro: vivimos en tiempos de tiranos, la diplomacia ha fracasado y monseñor Álvarez está solo. El contrapode­r yace ahora en los ciudadanos que transitan las calles, en las redes sociales y en el ejercicio de la prensa libre; la presión que juntos puedan ejercer resultará más eficaz que el ejercicio de las actuales diplomatur­as amordazada­s por la corrección política. Donde está la unidad ahí está la victoria.

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