“Hay gente que no quiere vivir, sino haber vivido”
La obra inmersiva “Espectros, una cartografía de la peste”, que tiene funciones hasta el 15 de octubre, se desarrolla en una sociedad pospandémica en la que el contacto ha sido prohibido.
¿Cómo fue el proceso creativo de “Espectros, una cartografía de la peste”?
Fue un proceso que empezó hace muchos años, uno de esos que uno inicia y no se da cuenta. Yo he tenido varios acercamientos a la ciudad desde una antropología performativa y surrealista. Mi tesis de maestría fue sobre antropología urbana y una serie de exploraciones performáticas en la ciudad. Luego, llegó la pandemia y la ciudad se transformó completamente (todos lo vivimos muy fuertemente). Al retomar las calles, al volver a habitar estos espacios, surgió una necesidad de narrar algo de eso que había cambiado y también ese posible futuro distópico. Entonces, empezamos con todo el equipo del Teatro de la Memoria a hacer exploraciones en torno a la antropología performativa. Yo quería que la gente se moviera, que habitara el espacio, ya que en ese momento no podíamos ir al teatro. Bogotá se prestaba para eso, porque tiene mucha incertidumbre y variedad; es una ciudad poco organizada en realidad, lo que da mucho espacio al caos, que finalmente es fuente de narraciones y posibles historias. El equipo empezó a hacer recorridos, pero siempre con esta mirada extracotidiana: dilatando un poco la mirada, abriéndola y tratando de encontrar detalles que normalmente vas pasando por ahí y no los notas porque estás enfocado en tu destino y no en el recorrido. Lo que nos interesa es que el espectador observe la ciudad bajo una nueva mirada.
¿Por qué?
Yo creo que es fundamental que no entremos en los automatismos de la cotidianidad. Pienso que habitar el momento presente significa ser muy conscientes en cada momento y los automatismos hacen, a veces, que construyamos barreras perceptivas en donde no podemos reconocer al otro, verlo y ser realmente empático con él. Entonces, nos englobamos cada vez más en pequeñas pantallas; cada vez estamos más solos, aunque creemos que estamos más conectados, pero la relación que uno tiene con su vecino, con el señor que pasa por la calle que te pide dinero es cada día más distante, enajenada, alienada de lo que es el real contacto y la convivencia, no solo con las otras personas, sino también con los árboles, los animales, la montaña... Entonces, a veces en la vida urbana, en donde todo está enfocado a la productividad, perdemos la posibilidad de vivirla durante su recorrido. En realidad, ¿cuántas veces nos paramos a ver la montaña?
¿Y cuál era la intención detrás de agregar ese componente de los espectros a la obra?
Para mí era muy importante relacionarnos con la muerte, porque una de las consecuencias nefastas de la pandemia, desde mi punto de vista, es que la muerte se volvió un número; uno cada vez más creciente, perdiendo así ese valor simbólico. La muerte no es solo datos. Recordemos cuando salió el primer muerto por coronavirus: a los dos meses era un número más, un conteo infinito, pero no importaba aquello que representaba esa vida, lo que significaba en un tejido social que se rompe y al que no puedes hacerle el debido proceso simbólico para retejerlo a través del luto. Había una sensación de que la muerte estaba invadiendo las calles y de que todos éramos potenciales portadores de esa muerte, también potenciales asesinos. Fue el momento en que la responsabilidad se dio tanto en el individuo, una responsabilidad social, pero al mismo tiempo una culpabilización: si querías respirar y te quitabas el tapabocas te sentías culpable. La peste puede que ya no sea* un virus, pero sigue siendo una indiferencia a la vida.
Hablemos un poco del significado que adquiere el amor como un acto de rebelión en esta obra y cómo esto se relaciona con la sociedad actual y el miedo de las personas a ser vistas como seres vulnerables.
Imagínate si tú no pudieras tocar al otro porque estás arriesgando tu propia vida… ¡Qué soledad!, ¿no? Muchas veces me he encontrado con personas que dicen: “Yo no me enamoro porque voy a sufrir”. ¡Qué triste! Hay gente que no quiere vivir, sino haber vivido; que no quiere amar, sino haber amado.