Las ruanas de Mario
LOS VINOS ESPUMOSOS SE INVENTAron en Francia alrededor de 1660 cuando se empezó a embotellarlos antes de terminar su proceso de fermentación. Ya en 1670 el monje benedictino Dom Pierre Pérignon sentó los cimientos de los estándares actuales para la producción de este tipo de vinos. Desde entonces, en muchos viñedos alrededor del mundo, en Chile, Argentina, España, Sudáfrica, Estados Unidos, Australia e incluso en Colombia, se producen vinos espumosos, algunos de gran calidad, otros no. En la región de Francia de donde era oriundo el monje se sigue produciendo aquel vino espumoso que, sin embargo, no sólo es mucho más costoso en el mercado, sino que se ha ganado una reputación tal que se le comenzó a llamar como la región que lo produce: Champaña. La champaña es un vino espumoso cuyo proceso de elaboración no difiere de las formas estandarizadas para producir otros vinos de este tipo. Entonces, más allá de ser el sitio de origen de los espumosos (lo cual ya de por sí es importante), ¿por qué vale más una champaña que los demás vinos espumosos? El hecho de que buena parte del proceso siga siendo artesanal, que haya ido perfeccionándose poco a poco y transmitiéndose generación tras generación, producto de una tradición de cientos de años, es lo que la ha atado indisolublemente a la identidad regional de Champaña y a la identidad nacional francesa. Lo que le da tanto valor a la champaña no es su proceso de elaboración ni que su sabor sea mejor al de otros vinos espumosos; su valor está en su historia y que esta la fusiona con una geografía particular y con las personas que allí habitan.
El origen de la ruana no es tan claro como el de la champaña. Se piensa que fue una transformación de las mantas muiscas que hasta entonces se hacían con otro tipo de fibras, adaptando como materia prima la lana de las ovejas que habían llegado a los Andes cundiboyacenses de la mano de Sebastián de Belalcázar durante el siglo XVI y usando los telares traídos de España.
Una ruana es un tipo de poncho utilizado en muchas de las zonas altas de los Andes colombo-venezolanos, hecho mayoritariamente de lana de oveja y cuya forma es rectangular o cuadrada (cuatro puntas). Las ruanas hechas ciento por ciento de lana virgen de oveja son las más valiosas.
Algunas poblaciones que salpican las alturas de la cordillera Central, particularmente en Cundinamarca y Boyacá, pueden presumir de una larga tradición de fabricación artesanal de ruanas. En algunos casos, como el de Nobsa, se cree que se cardaba lana allí desde hace más de 300 años. Existen referencias a la ruana de esta zona desde el siglo XVIII y ha sido representada profusamente en el arte y la música de los siglos XIX y XX. En esta extensa historia la ruana ha debido pasar también por vicisitudes —que a la larga enriquecen su historia y refuerzan aún más su valor identitario— como el hecho de haber sido prohibida en Bogotá por el alcalde Jorge Eliécer Gaitán, en el marco de la celebración de los 400 años de la fundación de la ciudad, so pretexto de que era un símbolo de atraso para una ciudad que quería ser moderna.
Hoy las ruanas artesanales de Nobsa, Paipa, Cucunubá o Iza son muy apreciadas y no es de extrañar que empresarios como Mario Hernández quieran capitalizar el interés por las mismas. Por eso desde el año pasado lanzó sus ruanas producidas industrialmente, hechas de algodón y lana, y con ribetes de cuero, cuyo costo supera incluso el de muchas ruanas de lana virgen de Nobsa y sus alrededores. Empero, quienes valoran la ruana como un bien identitario y cultural preferirán siempre las ruanas artesanales de los pueblos de la tradición, porque, así como muchos producen vinos espumosos, son pocos los que hacen champaña. @Los_Atalayas, atalaya.espectador@gmail.com