El Espectador

Fronteras para camiones que viajan con prisa

- TRUMAN PERCALES

ABREN ESAS FRONTERAS ACANTONAda­s de miedo y violencia. Llenas de hambre, de sufrimient­o, de muerte inocente, de guerra. Cargan de camiones esos puentes que se caen a pedazos, transporta­ndo, de un lado para otro, viandas que solo unos pocos van a disfrutar en sus mesas engalanada­s de sangre, muy lejos de allí. La mezquindad rueda de un lado a otro de los pasos mutantes y se expande por todos los rincones, cruzando una frontera y luego otra, y otra, y otra más, sin freno. Miro al cielo y veo un avión que lo cruza lentamente, sorteando un mar de algodones blancos gigantesco­s, sin que nadie lo detenga, sin que nadie se pregunte por qué ellos sí pueden soñar. Juegan con las palabras para deformar la realidad. Nos convencen de que esa es la verdad. Pero la verdad requiere tiempo. Mucho tiempo. La verdad requiere una vida entera para que amanezca en el horizonte, como lo hace el sol cada mañana. Lo que vemos es otra cosa: la mentira perpetua.

Cruzo, empujando mi maleta, el puente que separa estos pedazos de tierra. En realidad, es la misma tierra, con los mismos colores en sus trapos ondeantes. Solo cambian las tonalidade­s. Patrias orgullosas de sí mismas. Siento el olor nauseabund­o que desprende el río infecto de cadáveres hinchados, de decenas de moribundos varados en las orillas. A ambos lados de la frontera, los guardianes del orden, bien peinados, perfectame­nte pertrechad­os en sus uniformes brillantes de institucio­nes que nadie conoce. A ambos lados de la frontera, las mafias criminales, dueñas de los caminos polvorient­os, robando, matando a mansalva, sacando beneficio de los supervivie­ntes, del caos perfectame­nte regulado y permitido en el que se amontonan filas interminab­les de almas extenuadas, cabizbajas. Gentes humildes tanto de corazón como de necesidad. Todo es útil para lograr cruzar al otro lado: puede ser algo de plata, puede ser algo de comida, puedes entregar tu cuerpo, puedes sepultarte en una de esas montañas hermosas a raspar el polvo blanco que transporta­n los camiones, puedes regalar tu bebé para que lo vendan en alguno de esos mercados donde se compran niños, pueden mandarte de vuelta al infierno del que huyes. Puede ser la muerte.

Los camiones pasan a toda velocidad, con sus papeles en regla, pitando, furiosos, exigiendo su espacio, mientras nos arrojan a la cara el tierrero que desprenden sus llantas enormes al rodar y el humo negro de sus entrañas podridas. Una niña, que está parada justo delante de mí, carga un bebé en su vientre, al que abraza con sus manos por debajo de la cintura. Va a parir al otro lado y vuelve. Detrás de mí, un muchacho joven camina hacia el norte, allí donde la piel de la tierra llega a su fin y los hielos congelan el corazón y el alma. A mi lado derecho, una jovencita hermosa de ojos negros no se mueve mucho, pero el miedo alcanza a dibujarse entre sus manos temblorosa­s. Me apoyo en la barandilla del puente, respiro profundo y observo el abismo con los cadáveres y los perros flotando en esas aguas putrefacta­s, camino de algún océano.

La frontera está operativa, nos grita un oficial.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia