El Espectador

Cuando la violencia se hizo crónica

Un texto sobre la vida y obra de Pedro Claver Téllez Téllez, quien falleció a los 81 años en la Clínica Universita­ria Colombia, en Bogotá.

- LAURA CAMILA ARÉVALO DOMÍNGUEZ larevalo@elespectad­or.com @lauracamil­aad

Como si la mayoría hubiese nacido en una época tan difícil de ignorar, tan imposible de evadir, o como si hubiesen sido educados por la misma madre o los mismos libros, hay varios escritores, periodista­s y artistas que envejecier­on y murieron con la decencia y la dignidad de Pedro Claver Téllez Téllez: con una suavidad que los hizo ver indefensos y unos modales casi que convertido­s en reflejos, agradecier­on cada servicio, como el café que les llevaron a sus mesas y que pagaron con lo poco que consiguier­on porque se negaron a vender su bien más preciado: la libertad. Y así vivieron: aferrados al afán de contar las historias de los otros y a la idea de que eso podría cambiar mentes. Vivieron una vida de renuncia a la opulencia y de convicción, que para muchos rozó en la pérdida de cordura, en la utopía ridícula.

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Contó Myriam Bautista, en El Tiempo, que Téllez Téllez no tuvo pensión. Que tuvo mecenas. Y que las historias que fue recolectan­do en memorias usb se las colgó en el cuello con un cordón. Tal vez porque una vez, después de salir de una cabina telefónica, perdió un archivo físico de 12 “bandoleras” que armó durante mucho tiempo. Pudo reconstrui­r una de ellas, la Sargento Machado, a punta de algunos apuntes que encontró. Y a punta de memoria. Y después esa historia se la vendió al cineasta William González, que la convirtió en una película. Y tal vez ese relato no le haya cambiado la vida a nadie, o tal vez sí, pero salió del anonimato gracias a Téllez, que tuvo que irse del país porque casi lo matan por un reportaje sobre Carlos Ledher.

Y esa no fue la única vez en la que se le escapó a la muerte, y a una bien violenta. Su papá fue un dirigente liberal en el pueblo de Santander donde nació y pasó sus primeros años de infancia: Jesús María. Y cuando alguien gritó que habían matado a Gaitán, a él y a sus familiares les tocó salir corriendo, así como corrió cuando se escapó del balazo que quisieron darle por lo que escribió sobre Ledher. Y corrieron hasta Bogotá, donde primero vivieron en un garaje con mucho ruido. Y al que llegaron después de que Téllez se mareara y vomitara durante el camino, porque fue un niño “descuajado”, como le contó a Lorena Álvarez Restrepo, quien hizo su tesis sobre la vida del cronista, que soñó con ser ciclista, y que lo logró: compitió con Rubén Darío Gómez, Cochise Rodríguez y Pajarito Buitrago en 1959. Téllez también soñó con ser escritor. Y también lo logró.

Fueron 14 libros los que escribió, entre los que se cuentan La pola, espía patriota, Crónicas de la vida bandolera, Punto de quiebre, Efraín González, Rebelde hasta morir y La hora de los traidores. Le apasionaba­n las historias sobre la violencia o, mejor, sobre los personajes de la violencia, pero no por la violencia, sino por los efectos en los violentos, o en los que tuvieron que ser violentos, y también en sus víctimas, que, por las circunstan­cias, pasaron a desafiarla y a sobrevivir gracias al terror que producía. Le apasionaba­n los detalles de los demás, sus razones para ser lo que fueron.

El ciclismo no fue, pero las letras sí: terminó en Cali y allá consiguió trabajo como profesor, una labor que lo alentó a escribir cuentos. De allí al periodismo, un oficio que desarrolló en la agencia de Periodista­s Asociados, el periódico El Bogotano y la revista Cromos.

Fue amigo de Víctor Gaviria. Fue su asistente en la producción de la película Sumas y restas. Sobre esa experienci­a, Téllez dijo que había sido “su gran laboratori­o”. Se mostró agradecido.

No solo se inmiscuyó con bandoleros, también se interesó por la vida de los esmeralder­os, así que se fue seis meses a tomar, jugar billar, comer y trasnochar con uno de ellos, y así fue como escribió El bandido jubilado. Todo esto se lo contó a Marcos Fabián Herrera Muñoz para el periódico virtual Con-Fabulación, quien le preguntó si creía que era el escritor no oficial de las miserias humanas. Él respondió que él siempre estuvo dispuesto a conocerlas y que sabía del riesgo de ser cronista. Que no fue “ajeno a la mierda de este país” y que por eso pudo escribir sobre su realidad.

“Los seres humanos somos una mezcla de ángeles y demonios. Y estas se manifiesta­n en nosotros en contacto con las épocas y los hechos. Una persona, por sana que sea, puede matar de un momento a otro. Y, a partir de un episodio de esos, convertir su vida en un infierno. Efraín González, que

››Fueron

14 libros los que escribió, entre los que se cuentan “La pola, espía patriota”, “Crónicas de la vida bandolera”, “Punto de quiebre”, “Efraín González”, ”Rebelde hasta morir” y “La hora de los traidores”.

fue uno de los grandes bandidos de todos los tiempos, era rezandero, iba a misa y, en su niñez y juventud, quiso ser cura. Los seres humanos somos un enigma que solo se resuelve en un momento. Borges decía que solo hay un momento en la vida de los hombres en que uno sabe para siempre quién es”, dijo también Téllez en la entrevista citada.

A Téllez le gustaba el campo. Le gustaba tanto, que cuando llegó a Bogotá se encontró con una ciudad insoportab­le. “Un infierno”, dijo. Pero luego se convirtió en una posibilida­d. Porque cada comienzo es un sinfín de posibilida­des, escribió un escritor, y así fue como se la pasó en los cafés de la capital, muchos en los que tomó tinto, escribió notas y se frotó la barba mientras habló de lo que encontró en ese campo, de las

 ?? / Claudia Rubio ?? Según fuentes oficiales, el escritor falleció sobre las 10:00 p.m. a causa de una falla renal. Téllez es reconocido por su autoría en las obras “La hora de los traidores”, “La guerra verde: treinta años de conflicto entre los esmeralder­os” y “La Pola, espía patriota”.
/ Claudia Rubio Según fuentes oficiales, el escritor falleció sobre las 10:00 p.m. a causa de una falla renal. Téllez es reconocido por su autoría en las obras “La hora de los traidores”, “La guerra verde: treinta años de conflicto entre los esmeralder­os” y “La Pola, espía patriota”.
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