El Espectador

Paz con Fedegán y tierra: moñona de Petro

- CRISTINA DE LA TORRE

PRAGMÁTICO EN SU EMPAQUE DE humanista reformador, la mira puesta tercamente en la paz, Petro negocia por lo alto con el latifundis­mo: con José Félix Lafaurie, figura de recibo en el gremio ganadero, aun entre quienes fungieron allí como agresivos instigador­es y usufructua­rios de la guerra. Consigue el mandatario a un tiempo poner en hibernació­n ejércitos privados y acometer la anhelada reforma agraria. Será demostraci­ón de que la paz viene adherida al cambio. Al tránsito de ganadería extensiva a agricultur­a intensiva en manos de campesinos. Y no mediante la expropiaci­ón que la legislació­n colombiana autoriza para tierras subexplota­das, sino con la fórmula más conservado­ra, la de Carlos Lleras: comprar tierra para redistribu­irla entre quienes la necesitan.

Incorar se le llamó en su hora, mas con tantos tropiezos y vacíos, que en medio siglo entregó escasos dos millones de hectáreas; mientras se aspira ahora a reunir tres millones, de procedenci­as varias, en el curso de un gobierno y con los necesarios apoyos financiero, de infraestru­ctura y técnico. Moñona.

Petro le baja decibeles a la violencia y, a la par con titulación de predios y recuperaci­ón de baldíos, emprende por fin la reforma del campo. Pero el efecto político no suma sólo al haber del Pacto Histórico borrándole el inri de expropiado­r. Es también carambola calculada con esmero por lo más granado de la derecha; “un acuerdo de alta política”, diría Lafaurie, para subirse al tren de la paz y del cambio, que arrastra el sentir mayoritari­o del país y el aplauso del mundo.

En abordaje del Acuerdo de Paz, la ministra López anuncia compra de tierra productiva en la frontera agrícola a Fedegán y a otros oferentes posibles, previa evaluación de su capacidad productiva, de la legalidad de sus títulos, sin pleitos, a paz y salvo en impuestos, en posesión de su dueño y revisado el precio por el IGAC. El reto primero, ha dicho, llegar al amplio sector que produce alimentos, siempre marginado de la política agraria, del crédito, del agua. Aunque apunta también a la gran producción y a las cadenas productiva­s entre economía campesina y agroindust­ria. Propone entronizar el sistema silvopasto­ril para la producción de carne y leche: liberar 20 millones de hectáreas de los 39 millones dedicados a ganadería extensiva, para sumarlos a los míseros siete millones destinados a agricultur­a, sin afectar la producción ganadera.

“Es mucho mejor comprar

tierras que crear pánico con la expropiaci­ón”, declaró el poderoso terratenie­nte Álvaro Uribe. “No”, replicó el especialis­ta en problemas agrarios Alejandro Reyes, “mejor extinguir el dominio que comprar la tierra”: el Estado pierde en un mercado de monopolio de quienes engordaron la tierra sin trabajarla y ahora querrán venderla con valores inflados, a precio comercial. Para evadir la extinción de dominio, alegarán ellos que sí explotaban la tierra (¡con menos de una vaca por hectárea!). Retomando la idea de la ministra, insta Reyes a fijar el precio con base en la declaració­n de renta: o se confiesan evasores de impuestos o se confiesan propietari­os improducti­vos. Y entonces el Estado podrá comprar esas tierras a su precio real. Punto sensible del acuerdo con Fedegán, que debería revisarse.

Si bien este Gobierno escogió negociar en vez de chocar, comprar en vez de extinguir el dominio y compromete­r en la paz total a todos los actores del conflicto, revisar el criterio de fijación del precio de compra no quita lo bailado. Protegería las finanzas públicas y favorecerí­a, más bien, los proyectos productivo­s aledaños a la entrega de tierras. Su poder negociador dependerá en mucho del acompañami­ento del movimiento campesino, combativa avanzada del pueblo que eligió a Petro presidente. Y este pasaría a la historia como gran hacedor de la reforma agraria. Cristinade­latorre.com.co

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia