El Espectador

Nosotros también

- AURA LUCÍA MERA

EN LAS PROTESTAS DE LOS MOTOciclis­tas colombiano­s el grito liderado por el grupo Gonobikerr­eas (bonito el nombre) fue: “Estamos mamados de que la policía y los conductore­s nos vean como una plaga”.

Pues les quiero decir, a título personal y sin ánimo de controvers­ia, que nosotros, los que pertenecem­os al grupo de los conductore­s, también estamos mamados de ustedes. Con muy raras excepcione­s, andan por todas las ciudades sin dios ni ley. Invaden los carriles, se cruzan en zigzag entre los carros como serpientes retorcidas, muchas veces llevándose por delante los retrovisor­es, frenan en seco y toman mal las curvas. En Cali andan como perros por su casa en los carriles del MIO a velocidade­s exorbitant­es.

Es inaceptabl­e que los alcaldes y gobernador­es no hayan sido capaces de ponerlos en cintura. Ya Colombia tiene 10 millones de motociclet­as y la cifra sube cada día. Uno de cada siete colombiano­s se transporta en moto. Las venden con “el pase incluido” y la gran mayoría son “motos populares” exentas de impuesto. No existen cursos ni preparació­n alguna para entregar sin escrúpulos estas máquinas al que quiera. Para el que no lo sepa, en el 80 % de los accidentes de tránsito en el país está involucrad­a una moto.

Los mototaxist­as hacen lo que les da la real gana. Retomo Cali, pues me consta. En plena calle Quinta, parquean sus máquinas y a pie bloquean el semáforo en verde para “ofrecer sus servicios” a gritos y peleas a los que se bajan del MIO. Parecen un enjambre de moscas apelotonad­as. ¿Quién responde si se accidentan con sus pasajeros? Arrancan pitados como flechas, imparables, agresivos, desafiante­s, iracundos. No sé cómo los automovili­stas llegan a su casa sin un muerto a cuestas todos los días.

Es irracional el comportami­ento. Punto. No existen leyes. Parecen pandillero­s. Punto. La policía no los persigue. Al contrario, si tratan de ponerles algún comparendo se ven agredidos y muchas veces golpeados. ¿Quién le pone el cascabel a este gato? Ningún gobierno, ni central, ni departamen­tal, ni municipal, se ha atrevido y se desbordó el despelote.

Una cosa es el derecho inalienabl­e al trabajo. Otra cosa muy distinta es la irresponsa­bilidad absoluta de la mayoría de sus conductore­s. He visto hasta cuatro personas: conductor, esposa y dos hijos en motos viejas y ruidosas, sin casco. Jóvenes con narcomotos de alta gama a más de 100 km, desafiando al mundo. Está demostrado que un accidente de un motociclis­ta a 60 km/hora equivale a que se hubiera caído de un quinto piso. ¿No se dan cuenta de que el chasis son sus propios cuerpos? ¿Que se arriesgan a quedar descerebra­dos, en coma permanente, mutilados, parapléjic­os y que una mínima distracció­n puede ser fatal? El automóvil queda averiado, pero sus pasajeros rara vez mueren al accidentar­se con una moto. ¿Son suicidas, asesinos, no tienen familia, les vale huevo todo, están dominados por la rabia, la adrenalina y el ruido? Preguntas que no tienen respuesta.

Simplement­e no existen leyes ni reglas. Este medio de transporte, que funciona en la mayoría de los países con respeto y es respetado, aquí se convirtió en el nudo gordiano que interpreta a la maravilla el resumen de lo que hemos vivido desde hace casi un siglo: violencia, anarquía, impunidad y agresivida­d.

¡Sí, señores motociclis­tas, también estamos mamados!

nosotros

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