El Espectador

Ojos abiertos

- ALDO CIVICO

DURANTE ALGUNOS AÑOS MI APARtament­o en Nueva York se encontraba a unas cuadras de Union Square, en la parte sur de Manhattan. Para ir a mi oficina en Columbia University, al norte de la isla, al límite con Harlem, tenía que tomar dos líneas metropolit­anas distintas, cuyas estaciones están conectadas por un pasaje subterráne­o. Son millones las personas que cada día se desplazan por el metro en la Gran Manzana. Es un río de individuos, el uno pegado al otro, como sardinas en lata. Con los audífonos puestos, caminan a un paso ansioso, esquivando con agilidad e ímpetu obstáculos (es decir, otros humanos), como si estuvieran huyendo de un incendio. Cuando llegaba a la oficina me sentía un sobrevivie­nte.

Un día resolví hacer un experiment­o. Decidí bajar el ritmo de mi paso y observar con atención este río de gente. Me fijé en las expresione­s de las caras, los atuendos, el corte de cabello, los zapatos. Me volví consciente de rostros dibujados por el estrés, que ya estaban cansados a las siete de la mañana. En cierto momento, vi a un señor de paso inseguro, barba descuidada, su mirada perdida, tambaleánd­ose mientras avanzaba lentamente por el pasaje subterráne­o. Era un habitante de la calle, que parecía tener problemas de salud mental. Es una escena común en las calles de Nueva York. Pero nadie parecía notar al señor. Todo el mundo se alejaba de él, evitándolo. Nadie bajó la marcha. Nadie se detuvo a preguntar si necesitaba ayuda. Era un hombre invisible, porque los demás a su alrededor estaban simplement­e ciegos.

Esta imagen me acompañó durante varios días. Me volví consciente de cómo nuestra vida hipermoder­na y urbana nos reduce a seres indiferent­es, insensible­s, dormidos. Nuestra mirada afanada está tan enfocada en nosotros mismos y nuestros objetivos, que hemos perdido la capacidad de mantener una visión periférica y así darnos cuenta de lo que pasa a nuestro alrededor. Nuestra humanidad se parece hoy a la de los hombres grises de Momo, la novela de Michael Ende, quienes por optimizar y acumular tiempo vuelven estériles las relaciones entre los habitantes de la ciudad. Porque ya no hay tiempo para el placer de encontrars­e, de escuchar las historias del otro, de cultivar una amistad, de preguntarn­os: “¿Qué te ha pasado?”. Toda relación se ha vuelto una mera transición, con un objetivo final. Hemos perdido el gusto de simplement­e perder tiempo para gozar de la humanidad del otro.

Pensé todo eso gracias a la propuesta de la directora creativa de Alexander McQueen, Sarah Burton, quien con su colección Primavera-Verano 2023 (presentada hace unos días en Londres) nos invita a abrir de nuevo los ojos y a observar detenidame­nte. “Se trata de volver a ver las cosas”, dice Burton, comentando los estampados ampliados y las imágenes con bordes de rafia, de iris, pupilas y pestañas incrustada­s en la ropa y derramándo­se sobre un traje pantalón. “No caminar con los ojos cerrados, los ojos bajos. Solo vernos, reconocer la humanidad de cada uno. Cuidando el uno del otro”, explica. ¿Qué tal entonces si hiciéramos el experiment­o de abrir los ojos para volver a ver?

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