El riesgo del Ministerio de la Igualdad
EL PRINCIPAL RETO DEL MINISTErio de la Igualdad y Equidad, que se creará en el gobierno de Gustavo Petro, es no convertirse en un espacio más de burocracia injustificada, dando luchas aisladas y poco sostenibles, y cayendo en un innecesario gasto de los recursos públicos. Que vaya a estar en cabeza de la vicepresidenta, Francia Márquez, produce confianza y esperanza, pero lo dado a conocer hasta ahora no deja muy claro por qué la búsqueda de la igualdad no podía hacerse con un enfoque transversal en todo el gobierno y necesita tanto gasto adicional.
Compartimos el diagnóstico del presidente Petro y de la vicepresidenta Márquez. Colombia tiene unas brechas de desigualdad abismales que afectan de manera desproporcionada a las poblaciones históricamente marginadas. Ha sido cierto que la búsqueda de la igualdad y la equidad se queda en discursos vacíos, mientras los grupos sociales exigen políticas públicas eficientes y útiles para sortear los obstáculos que tienen. En ese sentido, un Ministerio de la Igualdad y la Equidad tiene un potencial simbólico gigante: es el Estado
reconociendo sus falencias y prometiendo que las corregirá.
Al respecto, en la presentación del proyecto que crea el ministerio, la vicepresidenta Márquez dijo que “la igualdad es un derecho fundamental, pero tristemente somos de las naciones más desiguales e inequitativas que habitan este planeta. Buscamos garantizar derechos a quienes nunca los han tenido y han estado en territorios olvidados y excluidos”. Desde el Gobierno también mencionaron cuatro prioridades de política: igualdad salarial entre el hombre y la mujer, que el tiempo de trabajo en el hogar sea válido para la pensión, medio salario mínimo a las madres cabeza de familia e incluir a las mujeres en la reforma agraria.
Sin embargo, más allá de los buenos deseos y de un proyecto escueto donde se habla de todas las poblaciones para las que se harán políticas públicas, no hay detalles importantes: ¿cuánto dinero se asignará? ¿Cuánta burocracia se creará? ¿Cómo se articulará el trabajo con los otros ministerios? ¿Cómo se evitará que la búsqueda de la igualdad se sectorice y pierda impacto? ¿Cómo no caer en la trampa de otros ministerios similares que se convierten en trampolines políticos sin mostrar resultados sobre objetivos abstractos?
La vicepresidenta Márquez, por su labor durante años, se ha ganado el beneficio de la duda ante estos retos. Si logra construir una institucionalidad razonable y eficiente, y mantiene el apoyo de todos los otros ministerios en proyectos que sin duda tendrán que ser conjuntos, podrá realizar intervenciones necesarias en la solución de problemas que han pasado muchos años sin ser resueltos.
Es poco lo que se conoce aún, pero es mucho el trabajo por hacer para romper las brechas de desigualdad. Esperamos que el nuevo Ministerio de la Igualdad y la Equidad sea mucho más que un simple acto simbólico.
‘‘El
Ministerio de la Igualdad y Equidad corre el riesgo de convertirse en un espacio de burocracia sin impacto real”.