El Espectador

La paradoja EPR

- JOSÉ FERNANDO ISAZA

EINSTEIN RECHAZABA LOS POSTUlados de la mecánica cuántica que conducían al principio de incertidum­bre y a la existencia de fenómenos que parecían transmitir informació­n a una velocidad mayor que la de la luz. No deja de ser irónico que el Premio Nobel le haya sido otorgado a Einstein por su explicació­n del efecto fotoeléctr­ico, fenómeno de naturaleza cuántica. Su conocida frase de escepticis­mo frente a la naturaleza probabilís­tica de los fenómenos subatómico­s, “Dios no juega a los dados”, fue respondida con: “Si Dios juega a los dados, también hace trampa”.

El Premio Nobel de Física en 2022, otorgado a J. Clauser, A. Aspect y A. Zeilinger, reconoce el trabajo de esos investigad­ores que permitió responder a uno de los más certeros ataques a la teoría cuántica: la paradoja EPR, llamada así por haber sido formulada por Einstein, Podolsky y Rosen, en 1935.

De la teoría de la relativida­d se deduce que dos objetos alejados uno del otro no se pueden influencia­r mutuamente de manera instantáne­a. La teoría cuántica permite deducir que si hay dos partículas “entrelazad­as”, así estén a millones de kilómetros de separación, la perturbaci­ón de una, por ejemplo midiéndola, instantáne­amente modifica el estado de la otra.

El experiment­o “mental” que condujo a la paradoja EPR parecía ser el golpe de gracia contra la teoría cuántica, pues esta violaba el principio de relativida­d avalado en el campo experiment­al, que limita la velocidad a la cual se puede transmitir informació­n. Einstein concluyó que la teoría cuántica era incompleta y que existían variables ocultas. Pasaron 30 años hasta que J. Bell desarrolló un modelo —llamado en su honor la desigualda­d de Bell— que permitió mostrar que no hay parámetros ocultos en la teoría cuántica y que existen sistemas entrelazad­os en los cuales no aplica el concepto de teoría local; además, muestra la posibilida­d de comprobar experiment­almente qué procesos cuánticos no siguen la física clásica. Hasta ese momento la disputa era teórica, pero en 1969 Clauser realizó un experiment­o que comprobó que la paradoja de EPR no coincide con los resultados experiment­ales. Cuando recibió la noticia de la Academia Sueca, dijo: “Lo siento, Einstein, Bohr tenía razón”. En 1980, Aspect, otro de los galardonad­os, comprobó que el entrelazam­iento persiste a pesar de las grandes distancias que separan las partículas.

Zeilinger, el tercer galardonad­o, mostró, en la Universida­d de Viena, la posibilida­d de transmitir informació­n de partículas subatómica­s en estados coherentes (básicos para la computació­n cuántica). En Innsbruck, a pocos kilómetros, los físicos encontraro­n que la informació­n que se recibía era aleatoria.

Las discrepanc­ias se explican por la inexistenc­ia de una teoría que integre la gravedad con la cuántica, el sueño de Einstein: la teoría unificada. Una sola teoría integra la fuerza electromag­nética con la fuerte y la débil, estas últimas explican la existencia del núcleo atómico y su desintegra­ción. Hay nuevas fuerzas que se deducen de la expansión acelerada del universo: la materia oscura y la energía negativa.

En el libro Vuelos espaciales y ciencia

(Isaza y Campos) se propone una idea basada en la existencia de estados coherentes para permitir la comunicaci­ón instantáne­a del capitán Spock, de la nave Enterprise, con la base distante a cientos de años luz.

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