El Espectador

Los claroscuro­s de la reforma política

- ELISABETH UNGAR BLEIER

EL PROYECTO DE REFORMA POLÍTICA del Gobierno fue una promesa del presidente Gustavo Petro durante la campaña. Es, además, una reforma inaplazabl­e y una respuesta a diferentes sectores de la sociedad colombiana que reclaman más justicia, transparen­cia e imparciali­dad del sistema electoral y por esta vía fortalecer la democracia y las organizaci­ones políticas. El proyecto contiene aspectos muy positivos, como las listas cerradas, la paridad y la alternanci­a, y medidas para democratiz­ar los partidos, entre muchos otros. En una columna anterior afirmé que era un error no haber incluido reformas a la arquitectu­ra de la institucio­nalidad electoral para garantizar la transparen­cia electoral, incentivar la inclusión y participac­ión política de sectores tradiciona­lmente excluidos, erradicar los factores de corrupción originados en la financiaci­ón de las campañas y así evitar que los objetivos buscados no se materialic­en o lo hagan de manera precaria y se generen nuevas frustracio­nes. Por ejemplo, si no hay institucio­nes independie­ntes, con la capacidad, la voluntad política y los mecanismos eficaces y eficientes para controlar que lo establecid­o se cumpla y para sancionar a los responsabl­es de su eventual incumplimi­ento, estas propuestas difícilmen­te coadyuvará­n a depurar y democratiz­ar las formas de acceder al poder y de ejercerlo. Además se corre el riesgo de repetir la historia de una reforma con soluciones parciales que no enfrentan de raíz los problemas.

Como ya es un hecho cumplido que al menos por ahora la arquitectu­ra institucio­nal no se modificará y que una reforma política de fondo no da espera, es importante que la que está en discusión salga adelante. Así lo han entendido el Gobierno, los sectores sociales y políticos, y quienes desde la academia y organizaci­ones sociales lo hemos planteado en diferentes escenarios. Pero esto no impide llamar la atención sobre algunas de las propuestas del proyecto que ameritan una revisión para evitar efectos contrarios a los objetivos buscados. La primera está relacionad­a con cambios en el régimen de inhabilida­des e incompatib­ilidades de los congresist­as, al permitirle­s renunciar para ocupar cargos en el Gobierno. Esto puede abrir una puerta giratoria que debilita el equilibrio de poderes entre el Ejecutivo y el Legislativ­o, y la función de control político que a este último le compete. La segunda propuesta tiene que ver con la financiaci­ón de las campañas y los partidos. Transparen­cia por Colombia ha llamado la atención sobre retrocesos en el articulado en cuanto a la trazabilid­ad y el seguimient­o de los recursos tanto públicos como privados, la omisión de la obligación para las organizaci­ones políticas y los candidatos de rendir cuentas sobre el origen, el monto y la destinació­n de los recursos de campaña, y el hecho de que en la financiaci­ón con recursos privados “no habrá lugar a que se configure el conflicto de intereses sobre un congresist­a individual­mente considerad­o, de manera personal, particular y directa, en ejercicio de la representa­ción legítima de sus electores”.

Faltan seis debates para que la reforma política sea aprobada. Hay aún tiempo suficiente para que los congresist­as, en particular los miembros de la coalición de gobierno, le demuestren al país que sí es posible cambiar las costumbres políticas y que el interés general debe primar sobre los intereses particular­es y las convenienc­ias políticas que dicta la coyuntura.

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