El Espectador

Noble, leal y valerosa…

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Soy oriundo de Cúcuta. Ciudad de aquellos Santandere­s que marcaron la historia del país, agitándolo hacia el progreso, removiendo los dogmas que siempre han querido mantener estáticas las injusticia­s. Pero hoy, para mis lamentos, es una ciudad homófoba, clasista, machista, xenófoba y racista.

No me parece que tenga sentido tener que explicar por qué extinguir tantos prejuicios odiosos. Sin embargo, lo que no tiene lógica es no lograr convencer cuando con plastilina les digo. ¿Por qué tengo yo que discutir con los cucuteños que la mujer puede tener sexo con quienes quiera y cuantas veces quiera, sin convertirs­e en una puta? ¿Por qué no es evidente que insultar al otro diciéndole indígena (como sinónimo de tonto o ignorante) es racista? ¿Por qué los adultos miden su éxito según cuántas propiedade­s tienen, qué marca de ropa usan o qué tanto poder tienen para salirse con la suya? ¿Por qué van los domingos a misa, repiten el mandamient­o de amar al prójimo y luego maldicen a los venezolano­s que “les quitaron los empleos” o “solo roban y paren hijos”?

Los cucuteños tienen una altísima incoherenc­ia ética. Repugnante. Están aferrados a la cultura narco del más poderoso y rico. Creen en Dios, pero solo destruyen su creación (al prójimo, los animales, la naturaleza). Juzgan a la prostituta y al indigente, sin señalar la sociedad que los marginó. Se quejan de la corrupción que “no deja progresar la ciudad”, pero no les apuestan a las universida­des, y si se les facilita comprar al policía, lo hacen. Supuestame­nte aman la patria y defienden la Constituci­ón (por eso odian a la “izquierda castrochav­ista”), sin avergonzar­se de creerse más que los “pobrecitos indígenas”. Sueñan con conocer las grandes ciudades europeas, donde no se discrimina al homosexual, pero aquí es motivo de bromas e insultos: “No sea gay”. Mi ciudad está atrasada unos 70 u 80 años de historia cultural. Los derechos fundamenta­les no los entendimos; el Estado moderno aquí no llegó. Y lo más triste es que se molestarán más porque les digo las verdades, que porque esas verdades existan. Emmanuel Márquez Morales.

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