El Espectador

Yo sólo quiero tener un millón de amigos

- FRANCISCO GUTIÉRREZ SANÍN

ALGUNA LECTORA MEMORIOSA SE acordará de esta venerable balada de Roberto Carlos (“yo no quiero cantar solito / yo sólo quiero un coro de pajaritos”), que en mis años de estudiante universita­rio me tocaba oír en la buseta. Es perfectame­nte espantosa. Pero como la memoria tiene sus travesuras, ese tipo de cosas se le quedan a uno. Así que no pude dejar de recordarla con motivo de la apretadísi­ma coyuntura colombiana.

En efecto, informa Noticias Uno que Carlos Tomás Severini, candidato a conformar la junta directiva de Fedegán-Magdalena, no sólo está enredado en asuntos tenebrosos, sino que fue pillado en reuniones con reconocido­s parapolíti­cos, como Ramón Prieto Aljure. Carlos Tomás se justificó diciendo que eran simples amigos. Agrega el excelente informativ­o que Carlos es hermano del “narcoparam­ilitar” Saúl. Pero aquí me parece que comete una inexactitu­d. La historia de por qué lo creo es interesant­e y tiene que ver con la balada, así que me decidí a contársela­s.

Pues, aunque Saúl Severini, quien hasta donde entiendo está aún prófugo, pudo haber tenido sus escarceos con el narco, tiene como identidad básica la de gran hacendado ganadero. Fue a partir de ella que construyó su enorme poder político. Una hermana suya era alcaldesa, pero además tenía relación íntima con varios burgomaest­res, entre ellos Moncho Prieto. Si la memoria no me falla, fue con Prieto y otros ganaderos paramilita­rizados que se construyó una asociación de municipios del departamen­to, cuyo objetivo era gestionar recursos ante el poder central. Funcionaba, como tantas cosas de los paras, a la luz del día y sin estorbo alguno.

Es que las redes de amigos de Severini no se extendían solamente hacia abajo, sino también hacia arriba. En su principal municipio (Pivijay, que tiene una larga tradición con respecto de la alta política tradiciona­l) fue anfitrión de pesos pesados del mundo partidista (incluyendo a José Gamarra, parapolíti­co y padre de otro de los postulados a directivo de Fedegán-Magdalena). Algunos rumoran que también del Gobierno central. Tenía significat­iva influencia en toda una serie de agencias de su gremio, incluyendo la cooperativ­a Coolechera, uno de cuyos gerentes terminó asesinado (al parecer por oponerse al control paramilita­r sobre ella).

El poderoso tinglado político de Severini incluía a gentes como Prieto, pero también a otros Severinis, para obtener y consolidar el control sobre “su” territorio y “sus” municipali­dades. A Pivijay lo manejaba con puño de hierro. Mientras tanto, agencias estatales colaboraba­n con Saúl. Por cierto, lo que ocurría en el municipio no era un secreto: la informació­n fluía a borbotones.

¿Así que narco? Quizás en el margen. Pero era, antes que nada, un poderoso hacendado. De hecho, ni siquiera era paramilita­r, en contraste con algunos de sus pares, que sí se pusieron el camuflado. Eso sí: tenía influencia enorme en el mundo paramilita­r, que le servía para muchas cosas. Los paramilita­res y Saúl construyer­on un auténtico régimen de terror. En los expediente­s judiciales, varios paramilita­res confiesan que tomaban órdenes de él, que “don Saúl” era quien escogía a quien matar o no, y que le temían. Y sí: mandó matar a mucha gente (incluidos otros ganaderos que le incomodaba­n).

El éxito de Saúl se basó pues en esta ecuación: poder hacendatar­io más redes de amigos (políticos, gremiales, institucio­nales). Como decía el sonado paramilita­r Pablo Hernán Sierra: “Nosotras las autodefens­as siempre estamos buscando amigos, amigos referidos”: uno referido por otro, y así sucesivame­nte. Esos amiguitos nunca se desactivar­on; han sabido capotear los malos tiempos y aprovechar los buenos.

Toda la cosa suena linda, ¿cierto?: “yo no quiero cantar solito”. Pero es un horror y un peligro para el país.

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