El Espectador

Los ríos de Federico

- ANA CRISTINA RESTREPO JIMÉNEZ

POR AIRE, MEDELLÍN-CAREPA. Por tierra, Turbo-Necoclí. Por agua, un caribe (bote) cruza el golfo de Urabá. Desde Capurganá, bordea una quebrada hasta el camino de herradura que conduce al arroyo del Cielo. En la frontera, desciende a la desembocad­ura del río Armila y desde allí, por la playa, hasta Nachucuna. Tras coronar la “Loma de la Muerte”, en “Las Banderas”, sigue las aguas de Tacartí y luego al río Membrillo.

Después de ocho o diez días de travesía, quien pisa Canaán Membrillo ¡sobrevivió al Tapón del Darién!

Segundo día de caminata. En el ascenso a la loma de La Frontera, Luis, con botas de caucho, sin camisa, enlodado, vencido por la fatiga, baja a su hija de sus hombros, vomita, se solivia sobre un tronco caído y descansa la cabeza en un árbol. Melissa, cuatro años, toda trenzas, crespos y barro, se sienta al lado de su papá. Mira la selva a sus espaldas.

Pausa de cinco minutos. ¡Clic! La imagen le da la vuelta al mundo.

“Al cielo una mirada larga, buscando un poco de mi vida”, mientras Federico Ríos (Manizales, 1980) elige, entre 2.500 fotografía­s, las 200 que enviará a su editor de The New York Times; desde sus entrañas, Celia Cruz tararea “Te busco”, la historia de migrantes que pierden su rastro.

Atravesó el Tapón del Darién con tres cámaras al hombro, dos de foco manual, que lo obligan a trabajar más lento y a enfocar con mayor precisión, y una compacta (el backup) para las lluvias y los ríos.

Si “una imagen vale más que mil palabras”, ¿cuál es el valor de miles, sin publicar, que quedan en la memoria de Federico y la de sus cámaras?

Con la fotografía, trata de “construir relatos contundent­es”; la experienci­a le ha enseñado que la mejor manera es el diálogo con sus fotografia­dos. Retratar desde la solidarida­d. Su oficio es, en esencia, asociación con su familia, las artes plásticas, la música, lo que ve y oye. Entre la manigua, bichos y pantano, a veces la jungla parece tenebrosa, con los visos de un Caravaggio. ¿Cómo alista el lienzo y la paleta? “Hay una preparació­n espiritual que uso como catarsis, me ha servido para no cargarme emocionalm­ente: lo que está sucediendo allí no es culpa mía, las personas que voy a ver no son mi responsabi­lidad directa. Tampoco puedo curar al 100 % su sufrimient­o, su penuria. Mi trabajo es un acto de fe en el periodismo, en que el periodismo sirve”, dice Ríos. Y agrega: “No tengo el dilema de la imagen o la ayuda a alguien. No me atasco: ¡la vida humana está por encima de cualquier foto!”.

Pero existe otro aprestamie­nto que supera al físico, del instinto de superviven­cia, de asumir riesgos pero minimizarl­os en tanto sea posible. Si se cruza con coyotes o criminales, se obliga a ser “un hombre gris”. “No ser vocero”. Conservar la calma, no mirar a los ojos ni desafiar.

Después de cada misión, acaso una docena de sus fotos llegan a los ojos del mundo. Otros “paisajes conocidos” para este freelance emergen en las redes sociales bajo las etiquetas #HistoriasS­encillas o #TransPutam­ierda. Algo del maestro del claroscuro y del son de la guarachera asoma en las imágenes de Ríos. Y desemboca en el arte.

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