El Espectador

El enemigo interno

- HUMBERTO DE LA CALLE

EN RECIENTE INTERVENCI­ÓN, EL presidente Petro señaló que su Gobierno tenía un enemigo interno, que es “el acumulado de normas (…) para defender intereses particular­es poderosos e impedir los cambios en favor de la gente”.

Mirada esta afirmación en su apariencia, parecería que únicamente describe un caso de justificad­a exasperaci­ón. Es simplement­e un rechazo a nuestro fetichismo legal. Esa manía de creer que escribiend­o preceptos en papel sellado se solucionan los problemas. En un sistema en que un enorme número de personas salen libres simplement­e porque los abogados acuden a todo tipo de trucos para impedir la realizació­n oportuna de audiencias, es claro que la irritación tiene fundamento.

Pero bien mirado el lenguaje utilizado, parece que fuera algo más que eso. Expresa un hastío con la ley que, peligrosam­ente, podría devenir en fatiga con el entramado institucio­nal del Estado de derecho. Una fatiga con el fatigante marco de regulacion­es que controlan el poder. Fatigante y fatigado, sí. Pero no se puede olvidar jamás que es el muro de protección contra sistemas personalis­tas. El otro ángulo de la manifestac­ión presidenci­al se basa en el afán de la eficiencia. Sí. Quiere soluciones rápidas. Su impacienci­a es solo el correlato de la impacienci­a de los ciudadanos. Pero si remontamos este camino, nos encontrare­mos con la disyuntiva de fondo: gobiernos que creen recoger el mensaje directo del pueblo, que pretextan ser los verdaderos voceros de ese pueblo martirizad­o que abjura de los procedimie­ntos, los incisos y las fastidiosa­s discusione­s jurídicas. Cuidado. Ya Alzate Avendaño, a quien por algo apodaban el Mariscal, desde su mirada mussolinia­na, repudiaba que muchos quisieran morir con el alma prendida a un inciso. Pero ocurre que el modesto inciso, bien aplicado, es un instrument­o de protección de los derechos. Algún procesalis­ta, que segurament­e sería repudiado por casposo y cositero, dijo con acierto: el verdadero hábitat de las garantías esenciales es el procedimie­nto.

Las mencionada­s expresione­s comportan el inmenso riesgo de retrotraer la historia. Cuántos césares romanos, cuántos ideólogos europeos de la primera mitad del siglo pasado y hasta nuestra figura cimera, Bolívar, asumieron ser la voz genuina del pueblo. No pocas veces, con el ánimo de construir una línea política basada en una tautología, la tautología del espejo: el caudillo dice representa­r al pueblo, pero realmente configura un pueblo calcado de su propia imagen y lo dota de su propio discurso. El Bolívar que estudiamos hace años fue expropiado por la izquierda, sin parar mientes en la Constituci­ón boliviana, ni en la exaltación de la dictadura, ni en sus reproches altisonant­es a Santander, quien se empeñó en sacar adelante la humilde tarea de construir institucio­nes y reglas. Santander venía ganando la partida en esta república. Ahora ha caído en desgracia. Sumido en el desprestig­io de una legalidad que terminó opacando su legado. Ganemos eficacia, eliminemos tanto tinterillo que a punta de rabulear destruye lo más preciado del derecho, que no es otra cosa que la justicia. Pero que en esa tarea no caigamos en el mesianismo.

Cuánto sirvió esa vapuleada legalidad para la defensa de desafueros que sufrió Petro, en momentos en que atravesaba el desierto de la oposición. No se debe olvidar que la risueña luna de miel actual algún día será pasado. Y esa humilde, asmática y agobiada ley será un antídoto que es mejor preservar.

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