El Espectador

Activistas pegadas a la pared

- CARLOS GRANÉS

A VECES EL ARTE SE ANTICIPA A LA historia y nos permite ver, así sea de forma metafórica, aspectos de la realidad que aún se presentan de manera confusa, sin la claridad necesaria. Miren por ejemplo lo que ocurrió hace unos días en la National Gallery de Londres. Dos activistas del grupo ecologista Just Stop Oil, algo así como “No más petróleo, punto”, entraron en el famoso museo y arrojaron una lata de sopa sobre una importante obra de Van Gogh, Los girasoles. Culminada su triste hazaña, se embadurnar­on la palma de la mano con pegamento y se adhirieron a la pared. Todo esto, claro, frente a las cámaras, porque estas pequeñas performanc­es tienen que generar un escándalo monumental que sacuda las conciencia­s.

Me temo, sin embargo, que el resultado ha sido el opuesto. Ha evidenciad­o la vacuidad de todos estos gestos estereotip­ados y repetidos, y la obcecada irracional­idad de quienes profesan ese eslogan, no más petróleo, punto, para higienizar su buena conciencia y desentende­rse luego de los problemas reales. “¿Qué vale más, el arte o la vida?”, gritaron las chicas, replicando el tonto dilema sartreano y sin advertir que su performanc­e también era eso, arte, solo que malo, del peor tipo, el moralista que se consume en sus buenas intencione­s sin rozar la realidad. Muy distinto es el trabajo de los políticos, que sí deben solucionar el abastecimi­ento de energía a las empresas y la calefacció­n de millones de personas.

Decía que esta performanc­e, por tontarrona que fuera, al menos permitía ver con claridad la historia. Y sí: imagínese usted que una de estas activistas, en lugar de incursiona­r en el museo, entrara, qué sé yo, al Ministerio de Minas y Energía de Colombia y se pegara a la pared vociferand­o el mismo eslogan: “No más petróleo, punto”. Bueno, pues algo así es lo que ha ocurrido. Irene Vélez llegó decidida a frenar la explotació­n de hidrocarbu­ros, gas incluido, sin contemplar los riesgos que esto puede traer a la economía. Casi el 60 % de las exportacio­nes, recordaba Salomón Kalmanovit­z en estas páginas, se producen a través de Ecopetrol y no parece haber un plan B para suplir los ingresos que generan.

En plena guerra, con inflación alta, un precio desbocado del dólar y una crisis energética global, contar con hidrocarbu­ros en el subsuelo es casi un milagro. De tenerlos, los alemanes estarían explotándo­los y segurament­e con la anuencia de los verdes. Por eso el gesto de la ministra se parece tanto al de las activistas de la National Gallery. Sólo consigue limpiar la buena conciencia: no seremos los colombiano­s quienes nos manchemos las manos, pero igual tendremos que comprarle el gas a un tercero más sintonizad­o con el mundo real.

También hay algo en lo que claramente se diferencia­n las performers británicas de la ministra y es que las primeras, después de todo, estaban jugando. Su atentado estaba muy bien pensado; habían escogido una obra protegida por un vidrio, de manera que la sopa hiciera ruido pero no daño. El activismo gubernamen­tal de Petro no ha tomado esa precaución. La economía colombiana no tiene una pantalla que la proteja y la pérdida de esos recursos va a tener un efecto real en las vidas de las personas. La sopa nos va a caer encima, y de querer tomárnosla segurament­e tendrá que ser fría.

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