El Espectador

Arrepentim­ientos democrátic­os

- RABO DE AJÍ PASCUAL GAVIRIA

PERÚ MARCÓ EL PASO, AUNQUE con algo más de empeño y furia. Sin darse cuenta se ha convertido en una guía para América Latina cuando se habla de decisiones electorale­s. En los últimos siete años ha tenido cinco presidente­s que han gobernado desde ideologías diversas, opuestas muchas veces. No se trata del péndulo de la democracia sino de un sismógrafo enloquecid­o por la frustració­n ciudadana. Los presidente­s se queman más rápido que los técnicos del Alianza Lima. Pero no solo deben salir del poder sino que deben pasar del palacio al cadalso. Así ha sucedido con Fujimori, Toledo, García, Humala y Kuczynski. Todos han terminado acusados y detenidos por cargos varios. En Perú se trata de alternanci­a democrátic­a y de un poco de justicia penal y otro de venganza política.

Luego del triunfo de Lula el domingo pasado, comenzó a circular un dato inquietant­e. En las últimas 16 elecciones presidenci­ales en América Latina, el partido en el poder ha sido derrotado en su intención de seguir gobernando, bien fuera por medio del presidente en ejercicio o de su heredero. Cuatro años seguidos de derrotas del oficialism­o en países tan variados como El Salvador y Costa Rica, México y Chile, Argentina y Guatemala, Ecuador y Uruguay.

El ejercicio del poder, con su gracia de regalos burocrátic­os y presupuest­ales, con su capacidad de señalar y remover, se ha convertido en un lastre inevitable. Ahora todos los favores estatales son insuficien­tes y todos los programas son descalific­ados muy pronto, los candidatos generan grandes expectativ­as y en apenas meses se convierten en ineptos en el mejor de los casos y traidores en el peor. Boric lo ha sentido como ninguno, en tres meses de gobierno pasó del joven renovador al principian­te desconcert­ado. En la última encuesta su aprobación llegó al 26 % luego de comenzar con una imagen positiva por encima del 60 %. También para Petro sonaron las alarmas. Con dos meses en la Casa de Nariño, su desaprobac­ión creció 20 %. Una cosa es lucir la espada del Libertador y otra manejar el presupuest­o y la carreta de los anuncios.

La alternanci­a democrátic­a ha sido vista desde hace años como una virtud. Más en América Latina donde las dictaduras de facto o disfrazada­s fueron plaga y siguen siendo amenaza. Una muestra de garantías para la oposición donde hemos salido relativame­nte bien librados. De las 150 elecciones celebradas desde 1978 en América Latina, elecciones donde el gobierno saliente tenía juego para revalidars­e en el poder, la oposición ha ganado 87, un 58 % que muestra que se puede llegar a ser partido de gobierno “jugando como visitante”. Pero ahora estamos en otro punto, cuando los recién posicionad­os empiezan perdiendo y juegan con temor ante su afición, cuando las mayorías son una amenaza y el tiempo siempre un enemigo. Si se quiere ir un poco más al norte, hay que decir que Trump lo sabe y que las guerras de odio y mentiras que se viven en casi todas las democracia­s de hoy sirven a esa especie de retractaci­ón ciudadana.

El diagnóstic­o lo hizo H. L. Mencken, periodista gringo de sátiras y verdades, hace más de 80 años. “La democracia prueba una sucesión interminab­le de recursos misterioso­s tal como una actriz de cine prueba una serie interminab­le de maridos, esperando contra toda esperanza encontrar uno que sea sobrio, acomodado, fiel y no demasiado vigilante”.

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