El Espectador

Las universida­des: el otro teatro de la guerra

Un anexo del Informe Final de la Comisión de la Verdad reconstruy­e la historia del movimiento estudianti­l y los patrones de victimizac­ión de estudiante­s y docentes entre 1954 y 2016. Las universida­des públicas cumplieron un rol fundamenta­l en la historia

- CAMILO ALZATE GONZÁLEZ calzate@elespectad­or.com @camilagros­o

Mi abuelo Alberto Alzate Tobón cursaba sus últimas clases de derecho en la Universida­d Nacional cuando participó, junto con miles de estudiante­s, en la gran manifestac­ión del 9 de junio de 1954 por el centro de Bogotá. Protestaba­n por el asesinato del estudiante caldense Uriel Gutiérrez, víctima de las balas de la Policía en una escaramuza ocurrida un día antes en inmediacio­nes de la Nacional.

Sus recuerdos frescos sobre aquella jornada fueron la anécdota viva entre nuestra familia de uno de los episodios cruciales en la historia del país, que marcó el principio de la oposición a la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla.

El Batallón Colombia regresaba de la Guerra de Corea “sediento de sangre”, así lo contaba mi abuelo Alberto, que pudo esquivar los tiros arrojándos­e al pavimento cuando un pelotón abrió fuego a quemarropa contra la movilizaci­ón en el cruce de la calle 13 con carrera séptima, matando a nueve es- tudiantes e hiriendo a otras 39 personas.

Una fotografía de El Espectador se convirtió en el testimonio icónico de aquella masacre. La imagen muestra los soldados levantando sus fusiles contra la muchedumbr­e que tropieza, cae y retrocede en medio del estupor y la furia.

Este suceso quedaría también atado a la historia de la televisión colombiana. Apenas cuatro días después del crimen, el 13 de junio, durante la inauguraci­ón de la televisión, Rojas Pinilla entregó la palabra al general Gustavo Berrío, ministro de Guerra, para que diera el parte oficial de los hechos.

Con ese hecho comienza un anexo de 88 páginas del Informe Final de la Comisión de la Verdad, que retoma aquel episodio considerad­o la base de “una enemistad entre sectores universita­rios y la Fuerza Pública que se ha desenvuelt­o de manera violenta hasta tiempos presentes”, lo que en otras palabras significa la incursión del conflicto dentro de las universida­des: “Las heridas abiertas durante estos años y su desatenció­n, sin duda, han sido un factor que ha permitido la reproducci­ón de ciclos de violencia en los entornos universita­rios”.

Medio siglo más tarde muchos continuába­mos marchando cada 8 y 9 de junio con los rostros de las víctimas de nuestra generación en las pancartas: Jhonny Silva, Nicolás Neira, Óscar Salas, Julián Hurtado, Katherine Soto..., algunos asesinados por miembros de la Fuerza Pública.

El anexo “Universida­des y conflicto armado en Colombia” recopila datos de informes aportados por las mismas universida­des, bases de informació­n, publicacio­nes en prensa y fuentes abiertas, así como un gran número de entrevista­s con protagonis­tas directos y víctimas, para confirmar algo que el movimiento estudianti­l ha sostenido de manera reiterada: “La respuesta violenta al auge de movilizaci­ón social implicó escenarios de militariza­ción de los campus y recurrente­s declarator­ias de Estados de sitio que favorecier­on prácticas como las detencione­s masivas, torturas y asesinatos”, según se lee en el texto.

Los registros contabiliz­an, de acuerdo con la Comisión de la Verdad, al menos 588 universita­rios asesinados entre 1962 y 2011: “Todos los años en Colombia se registran casos de asesinatos o desaparici­ones forza- das de estudiante­s”, asegura el documento, con una única excepción en 1968.

Varios años registran picos de aquella violencia. El primero es 1978, el año con más número de protestas y huelgas estudianti­les en el país, luego en 1982 durante el temido Estatuto de Seguridad del gobierno de Julio César Turbay, y después, entre 1984 y 1988, siendo este último año el que tuvo la mayor cifra con 45 estudiante­s asesinados. También hay otros picos de violencia coyuntural: 1994, que coincide con la expansión paramilita­r, y 2002 y 2006, que correspond­en a la política de Seguridad Democrátic­a del gobierno de Álvaro Uribe.

Según la investigac­ión, fueron asesinados en promedio “12,2 estudiante­s cada año, uno cada mes (…) los 10 departamen­tos más afectados fueron: Antioquia (150), Cundinamar­ca (95), Santander (72), Valle del Cauca (57), Atlántico (31), Córdoba (23), Norte de Santander (19), Meta (15), Tolima (14) y Cesar (13)”.

Pero la Comisión de la Verdad va más allá y reparte las culpas: “Entre los responsabl­es identifica­dos, los agentes estatales concentran la mayor parte, con 36,6 % de las responsabi­lidades, seguidos por el paramilita­rismo, con un 27,2%, y las guerrillas son identifica­das como responsabl­es de cinco crímenes, un 0,8 %”.

La desproporc­ión en la autoría de los homicidios, donde la gran mayoría son atribuidos a agentes estatales o paraestata­les, demuestra que hubo una política sistemátic­a de persecució­n y estigmatiz­ación al movimiento estudianti­l, y aquel fue uno de “los impactos más hondos y duraderos” del conflicto armado en el país, según la Comisión.

Ejemplos de esta persecució­n constante son los más de 11.000 casos judiciales por rebelión y terrorismo que se abrieron tan solo entre 2000 y 2018, todos “en contra de jóvenes en edad escolar, entre los 15 y 25 años. De estos, el 33,6 %, más de 4.000 casos, no llegaron a investigac­ión; el 8,1 %, unos 853 casos, tuvieron juicio, y poco más del 4 % fueron encontrado­s culpables”, explica el Informe.

Los universita­rios y la fundación de las guerrillas

Las universida­des también cumplieron un rol importante en la fundación de las primeras guerrillas. Líderes del movimiento estudianti­l acabaron en la década del 60 ocupando posiciones importante­s en los nacientes grupos subversivo­s.

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menos 588 universita­rios fueron asesinados entre 1962 y 2011, en la mayoría de casos los autores serían agentes estatales o paraestata­les.

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/ David Campuzano Desde 1962 hasta 2011, según documentó el anexo, todos los años hubo asesinatos y desaparici­ones de estudiante­s en Colombia.
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