El Espectador

Fin del servicio militar obligatori­o

- CATALINA RUIZ-NAVARRO

COLOMBIA ESTÁ DOS DEBATES MÁS cerca de acabar con el servicio militar obligatori­o, gracias a un proyecto del senador Humberto de la Calle que propone modificar el artículo 126 de la Constituci­ón y acabar con esta medida gradualmen­te, de manera que la eliminació­n total llegue en el año 2030. A la reforma aún le faltan seis debates y se supone que para que no se hunda debe aprobarse en al menos cuatro debates antes de diciembre.

En este momento el servicio militar es obligatori­o en Colombia salvo algunas causales de exoneració­n que son aprovechad­as por los adolescent­es de familias ricas que pueden pagar lo que sea necesario para tener un certificad­o que acredite una de las causales. Como resultado, quienes terminan prestando el servicio militar son jóvenes de clase trabajador­a, tanto que el 80 % de los reclutados pertenecen a los “estratos” 1, 2, y 3. El Ejército es un sistema clasista que se ha criticado por décadas. Y ni hablar de todas las formas de discrimina­ción que esto implica para las personas trans en Colombia. Muchos jóvenes que no quieren prestar el servicio se quedan en un limbo y sin tener libreta militar, y esta es una de las principale­s barreras para que luego tengan acceso a educación o trabajo y además es la excusa para un sinfín de detencione­s arbitraria­s.

En Colombia el derecho a la objeción de conciencia ha sido reconocido varias veces por la Corte Constituci­onal. En la Sentencia C-728 de 2009, se exhorta al Congreso de la República a regularla. La Sentencia T-018 de 2012 reafirma el derecho, pero deja algunas ambigüedad­es como que las razones de la objeción deben ser “fijas, profundas y sinceras”, y algo así sucede en sentencias posteriore­s como la T-455 de 2014 y la SU-108 de 2016. Como resultado, el derecho a la objeción de conciencia frente al servicio militar existe en el papel pero no en la práctica y es en parte porque décadas de conflicto han normalizad­o que los jóvenes salgan a las trincheras de la guerra. Según una intervenci­ón Alirio Uribe en 2016 en la Cámara, “de 1993 a 2015 han prestado servicio militar 1’402.209 jóvenes, de los cuales solo 208.467 eligieron continuar su carrera militar”, es decir que solo el 16 % realmente quería pertenecer a la institució­n. Según Uribe, en ese rango de tiempo “35.237 jóvenes abandonaro­n el servicio y 1.294 jóvenes perdieron la vida prestándol­o”, una injusticia inmensa, y, además, “7.552 jóvenes quedaron afectados de por vida con daños físicos o mentales.” El daño que el servicio militar obligatori­o le ha hecho a la juventud colombiana es incalculab­le y no hay justificac­ión alguna para que continúe después del proceso de paz.

Las feministas somos antimilita­ristas por una multiplici­dad de razones, pero hay dos muy importante­s. La primera es que las prácticas militares reproducen y construyen las formas más violentas de masculinid­ad, creando alianzas basadas en la violencia y en la dominación del otro, con un sistema de poder vertical que favorece los abusos y una represión de la humanidad que pretende dejar a los soldados sin alma. Los ejércitos son un invento del patriarcad­o y el machismo se recrudece por donde pasan. La segunda es la más importante: el feminismo es un movimiento social en defensa de la vida, somos las mujeres y disidencia­s quienes hacemos el trabajo de cuidado y de creación de la vida, no parimos ni criamos hijes para la guerra. Ojalá podamos crear un país en donde los jóvenes no estén obligados a las armas y, en cambio, tengan la voluntad de construir una Colombia en paz.

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