El Espectador

El Estado de derecho y la democracia

- ELISABETH UNGAR BLEIER

EL ESTADO DE DERECHO Y LA DEMOcracia van de la mano y se complement­an. Por esto, no es casual que el artículo 1 de la Constituci­ón de 1991 defina a Colombia como un Estado social de derecho y enumere las condicione­s que debe cumplir. Una de estas es que el Estado sea democrátic­o.

El Índice de Estado de Derecho 2022 del World Justice Project (Proyecto Mundial de Justicia), publicado esta semana, arroja resultados muy preocupant­es: por ejemplo, dicho índice declinó en el 61 % de los 140 países analizados, los gobiernos autoritari­os aumentaron, las violacione­s a los derechos fundamenta­les no dan tregua, la corrupción va en aumento y continúa poniendo en riesgo la democracia, la separación y el equilibrio de poderes se están debilitand­o, la justicia civil y criminal con frecuencia no actúa con independen­cia de los gobiernos, los partidos políticos, parlamento­s o actores criminales.

Colombia ocupa el puesto 91 en la medición global y el 21 entre los 32 países de América Latina y el Caribe. Sus indicadore­s más preocupant­es tienen que ver con el orden y la seguridad (128); el funcionami­ento, la efectivida­d e independen­cia de la justicia criminal (119) y civil (88), la corrupción (103), el respeto a derechos fundamenta­les (88), y restriccio­nes y control al gobierno (72). Por el contrario, el mejor puntaje correspond­e al gobierno abierto (36).

Estos indicadore­s no deben pasar desapercib­idos; por el contrario, deben ser objeto de la atención y búsqueda del Estado, la sociedad civil, el sector privado y los ciudadanos, y exigen medidas, políticas, acciones y soluciones para proteger el Estado de derecho y fortalecer­lo. En este contexto, preocupan algunas actuacione­s y declaracio­nes de servidores públicos que cuestionan la legitimida­d del marco constituci­onal y legal que nos rige y la institucio­nalidad que garantiza su cumplimien­to. Uno de estos fundamento­s es la independen­cia de los poderes. Por ejemplo, uno de los artículos del proyecto de

los reforma política que se está discutiend­o en el Congreso establece que los congresist­as pueden renunciar para ocupar cargos en el Gobierno —una práctica usual en los regímenes parlamenta­rios—, lo cual abre compuertas a un intercambi­o de favores entre el Legislativ­o y el Ejecutivo, es decir, hacer nombramien­tos a cambio de apoyo a los proyectos del gobierno de turno y, de paso, debilitar el control político que el primero debe ejercer sobre el segundo.

Otro fundamento es la complement­ariedad y el balance que se debe dar entre la democracia representa­tiva y la participat­iva. La primera se sustenta en el derecho de los ciudadanos de ser elegidos y elegir libremente a sus representa­ntes en el gobierno, y la segunda, en el derecho de participar en la toma de decisiones políticas y sobre los temas que los afectan de acuerdo con normas, mecanismos y alcances establecid­os. Sin esta participac­ión la democracia se debilita, pero nunca puede sustituir las facultades y los derechos que la representa­ción les confiere a los elegidos y a quienes los eligen. Como lo demuestran casos de otros países, esto alimenta el populismo y el caudillism­o.

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