El Espectador

Desatar dos nudos gordianos

- MARÍA TERESA RONDEROS

UNA RECIENTE REUNIÓN DE LA CONfluenci­a, una plataforma de casi un centenar de hombres y mujeres líderes comunitari­os que buscan construir una voz potente para que se cumplan los puntos del Acuerdo de Paz de 2016, fue conmovedor­a hasta las lágrimas. Quieren hacer realidad que los habitantes de los territorio­s más sufridos participen efectivame­nte —como lo diseñó originalme­nte el Acuerdo— en la reconstruc­ción del campo colombiano, devastado por la guerra. Que los primeros afectados por la violencia vigilen cómo y qué se hace y logren ser depositari­os de la confianza de un Estado que siempre los miró con sospecha.

Tomaban nota atentos dos funcionari­os del Gobierno: Gloria Cuartas, quien asumió la dirección de la Unidad para la Implementa­ción del Acuerdo, y Raúl Delgado, quien revivirá la alicaída Agencia para la Renovación del Territorio. Era una escucha real, no protocolar­ia. Y cuando hablaron lo hicieron como conversand­o con colegas de viejas luchas, explicando que el Gobierno es de todos, que debían hacer juntos esta tarea principal de hacer realidad el Acuerdo.

Días después, el presidente Petro tuvo una reunión en la Casa de Nariño con directores de medios, más que todo del establecim­iento, segurament­e porque no le han dado tregua ni siquiera en sus primeros 100 días. Según relató La Silla Vacía, la mayor emoción del presidente en la reunión fue cuando habló de seguir el rastro del dinero fruto de las actividade­s ilícitas y de la corrupción, juntando los esfuerzos de la Unidad de Informació­n y Análisis Financiero (UIAF) con las inteligenc­ias judicial y policial.

Esta es otra urgencia, embolatada por años, que el nuevo Gobierno parece estar tomando en serio y lo está haciendo muy de la mano de la inteligenc­ia estadounid­ense y europea. Los gobiernos extranjero­s saben que seguir el dinero mal habido para frenar el crimen organizado que azota a varias regiones colombiana­s sería más efectivo que mil batallones de soldados. Y si bien el Gobierno anterior echaba discursos de seguridad y lustraba las botas de los generales, desperdici­aba su aparato de inteligenc­ia en perfilar a magistrado­s y periodista­s “enemigos”. El nuevo mandatario deberá reconstrui­rlo.

Las dos son tareas monumental­es, pero le apuntan a desatar nudos gordianos en donde Colombia ha venido replicando sus demonios, una y otra vez.

Romper la desconfian­za atávica con la gente también quiere decir dejar que decidan su camino al desarrollo, restándole poder a una clase política que mayormente representa solo sus propios intereses. Ahí está la llave de una paz duradera. Es por eso coherente que el Gobierno también esté empeñado en elaborar un Plan Nacional de Desarrollo desde abajo, a pesar de las dificultad­es metodológi­cas que ello implica.

El segundo propósito de dejar sin dinero a los mafiosos, sean de cuello blanco o de whisky sello azul, estirará el presupuest­o para realizar el sueño de incluir al 40 % de los colombiano­s que no tienen una vida digna.

Son objetivos vertebrale­s del cambio verdadero, complejos de lograr. Haría bien el Gobierno en concentrar­se en conseguirl­os, en lugar de pretender revolverlo todo.

Ayudaría, además, que los grupos más acomodados que hoy pronostica­n la ruina de la economía intentaran hacer el esfuerzo de imaginació­n que ya están haciendo personas con muchos menos privilegio­s y mucho más que perder, como son los líderes de La Confluenci­a. Imaginen: si el equipo Petro lograra mayor tranquilid­ad en el territorio y frenara el flujo de utilidades que hoy tienen los criminales, ¿no se desataría la prosperida­d, vendría más inversión nacional y extranjera y se haría más viable un crecimient­o social y ambientalm­ente sostenible? ¿No es ese el país que todos queremos?

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