El Espectador

Paraná, una conexión con el mar

El estado que alberga las cataratas de Iguazú tiene grandes atractivos llenos de historia y naturaleza.

- ANDRÉS MONTES ALBA* cmontes@elespectad­or.com @amontes023

Este será un viaje de dos etapas. De dos formas de adentrarse en una geografía que, por lo menos para Colombia, es desconocid­a. Al pensar en Brasil, además de destrozar el lenguaje simulando que se habla portugués, lo primero que se viene a la memoria es Río de Janeiro, fútbol y playas. Esa fórmula solo la cambia un lugar: las cataratas de Iguazú, el destino final de este viaje. Por ahora serán varias paradas por el estado de Paraná, que no solo alberga esta maravilla del mundo, sino que será una pausa obligatori­a para conocer otro Brasil.

Paraná busca venderse al mundo como un lugar verde, sostenible, lleno de reservas y parques naturales amigables con el turismo; es decir, tienen aquello del turismo sostenible bien apropiado y replicado en cada esquina y atractivo. El nombre Paraná procede del guaraní y significa “pariente del mar”. Esa conexión con el agua es un vestigio viviente y ha sido la hoja de ruta de Curitiba, capital del estado, que acapara buena parte de los atractivos turísticos, además de ser el lugar ideal para conocer Paraná. La ciudad está llena de parques, zonas verdes, bosques como el Bosque Alemán y el João Paulo II, ambos son espacios llenos de memoriales que son ejemplo de la importanci­a de la migración que esta zona de Brasil tiene.

Durante más de treinta años, Curitiba ha impulsado la sostenibil­idad. Por ejemplo, la Ópera de Alambre, teatro ubicado dentro de lo que fue una cantera, donde los asistentes se sienten parte de la naturaleza, y no solo aquí, pues hay varios parques que fueron canteras y hoy son reservas naturales, con lagos, zonas de camping y hasta escenarios de conciertos.

Siguiendo la ruta dentro de Paraná, en menos de dos horas rumbo a la ciudad de Ponta Grossa está Buraco do Padre, reserva natural cuya caída de agua de más de treinta metros de altura es el principal atractivo. Para llegar a ella, una caminata de diez minutos es suficiente para adentrarse en lo que sería un cañón. Muros altos y llenos de vegetación marcan el camino para llegar a esta cascada, que cumple el punto mágico del recorrido. El sonido del viento, los pájaros pavoneando sus alas mientras infinidad de gotas de agua caen son una conexión innegable con la naturaleza y que paga haber venido.

En ese trayecto de parques y santuarios, a unos 20 km de Buraco do Padre vía a Curitiba está Parque de Vila Velha, un lugar con un recorrido por cavernas que complement­an la experienci­a de este paraíso ecológico.

De regreso en Curitiba, un infaltable es el Jardín Botánico, el lugar más visitado de la ciudad, que en otoño ofrece grandes panorámica­s con sus extensos arreglos florales. Una edificació­n marcada por grandes vidrios, que alberga un invernader­o, con flores que se dan en todas las estaciones del año. Esta ciudad cuida el bienestar de las personas y el de la naturaleza. Aquí se cumple aquello de que si una ciudad no es buena con sus ciudadanos, no será buena para los turistas.

Siguiendo la ruta por Paraná, antes de llegar a las cataratas de Iguazú, desde Curitiba, por ejemplo, sale el tren a Morretes, una experienci­a catalogada como la segunda atracción turística más importante de Paraná después de las famosas cataratas. El recorrido en este típico tren dura cerca de cuatro horas, tiempo ideal para descansar, comer y beber todo lo que se quiera —está incluido en la entrada— y así apreciar el profundo campo del Brasil al cruzar toda la sierra del litoral paranaense.

Montañas verdosas, represas, construcci­ones antiguas, el recorrido de 110 kilómetros que sale desde el centro de Curitiba es, sin dudarlo, una experienci­a del siglo pasado. Incluso, hay varios vagones que marcan temáticas de lujo que recrean cómo eran en el pasado, otros más estándar y algunos pet friendly.

Siguiendo el camino, se toma un carro desde Morretes hasta Paranaguá, pequeña ciudad-puerto desde donde salen constantem­ente pequeñas lanchas rumbo a Isla de la Miel (Ilah do Mel), un paraíso en el Atlántico sur que goza de un clima templado, una playa extensa, con amaneceres y atardecere­s a cada lado de la isla. Un par de días, una semana o el tiempo que sea, serán únicos en este paradisiac­o lugar. Muy alejado del frenesí de las grandes ciudades, lleno de hospitalid­ad y con el mar, como si existiera algo mejor.

Con verdes praderas, interminab­les vistas de una región que emanan verdor, pasión, aromas, lluvias y un cuidadoso amor por el planeta. Paraná y estos lugares son una ruta ideal antes de asombrarse con las cataratas de Iguazú, pero eso ya será asunto del próximo texto y una nueva parada. *Invitación de: Embratur

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/ Getty Images Buraco do Padre, caída de agua de 30 metros de altura.
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