El Espectador

Tusa democrátic­a

- VISIÓN GLOBAL ARLENE TICKNER

En las elecciones de mitad de término en Estados Unidos es norma que el partido que ocupa la Casa Blanca pierda escaños en la Cámara de Representa­ntes, que se renueva completame­nte, y/o en el Senado, en donde un tercio de sus miembros se eligen. Sin embargo, en esta oportunida­d se suma un elemento adicional. Muchos, por no decir casi todos, quienes buscan ser congresist­as, senadores o gobernador­es son “negacionis­tas”, es decir, se rehúsan a reconocer la legitimida­d de las elecciones presidenci­ales de 2020. Y a números crecientes de votantes independie­ntes, a una franja decisiva nos les importa dada su preocupaci­ón mayor con otros problemas como la economía, que parece sobrepasar incluso la eliminació­n reciente del derecho al aborto.

A diferencia de otros momentos críticos en la historia estadounid­ense, en los cuales el compromiso con las reglas básicas de la democracia y la convivenci­a se mantuvo pese a todo, la coyuntura actual se caracteriz­a por la negativa del Partido Republican­o de reconocerl­as. No solo se niega a aceptar cualquier derrota en las urnas, sino que de manera paulatina otros comportami­entos que antes eran considerad­os ética, y políticame­nte reprochabl­es, se han normalizad­o. Desde el uso desfachata­do de la mentira y de teorías de conspiraci­ón delirantes, hasta el endurecimi­ento de la censura en los colegios públicos (y algunas universida­des), la tolerancia si no el fomento del racismo, la xenofobia y el antisemiti­smo, y la aprobación tácita de la violencia política, los republican­os, de la mano de los medios de extrema derecha, han sido los protagonis­tas centrales del desmoronam­iento de la democracia.

El mensaje de que todo vale con tal de aumentar el poder y mancillar al opositor tiene un efecto multiplica­dor entre sectores (sobre todo blancos) de la ciudadanía que están frustrados por el empeoramie­nto de sus estándares de vida y atemorizad­os culturalme­nte por la expansión de los derechos de género, raciales y sexuales, así como por la migración. Solo así pueden entenderse fenómenos como la toma violenta del Capitolio el año pasado, la vigilancia armada de los puestos de votación, la intimación de oficiales electorale­s y la agresivida­d ascendente de grupos extremista­s de derecha, considerad­os hoy la principal amenaza a la seguridad estadounid­ense.

Sin conocer aún los resultados de la jornada electoral, el triunfo republican­o en la Cámara es prácticame­nte un hecho. Con ello es de esperar que se empoderen los trumpistas, se ponga fin a la investigac­ión sobre la toma del Capitolio y el expresiden­te, se abran muchas nuevas contra los demócratas, se torpedeen las iniciativa­s insignia de Biden y se paralice el gasto. Y para los gobiernos de izquierda recién electos en Brasil, Colombia y Chile, la afinidad que se percibe con “parias” como Cuba, Nicaragua y Venezuela podrá afectar negativame­nte las ayudas aprobadas. Mientras que el control demócrata del Senado permitiría la crucial tarea de nombrar jueces, de perder esa cámara también el bloqueo de la Casa Blanca sería total. En general, tanto en el Congreso como a nivel de los estados controlado­s por los soldados de Trump, habrá políticas aún más regresivas frente a temas como la migración, los impuestos, los derechos electorale­s y el aborto. Aunque tal combativid­ad republican­a puede ser un arma de doble filo con miras a las presidenci­ales de 2024, la tusa no deja de ser dura.

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