El Espectador

Natalia, otra víctima sexual y de la hipocresía social

- CECILIA OROZCO TASCÓN

NI EN UNA TRIBU SALVAJE CUYO HÁbitat les hubiera impedido a sus miembros tener contacto con el respeto igualitari­o a los derechos ciudadanos habría ocurrido el episodio tenebroso que sucedió en Bogotá la semana pasada y que conmovió, ciertament­e, a muchos... por unas cuantas horas... Hoy, la mayoría no recuerda, ya, a la jovencita Hilary, de 17 años de edad, obligada, mediante un cuchillo en su garganta, a practicarl­e sexo oral a un sujeto maloliente en una estación del transporte público de Bogotá; a muy pocos les importa, hoy, que la adolescent­e hubiera sido ignorada por el Estado representa­do en los funcionari­os de una URI cuando quiso denunciar el delito del que fue víctima dizque porque en ese sitio no se atendían sino casos de personas mayores (¡!); ni les preocupa que en la URI de menores le hubieran dicho a la chica abusada que, ahí, tampoco le recibirían su reclamo porque el victimario era adulto (¡!). Si la Colombia que se levanta, cada día, a luchar el pan se encoge de hombros frente al caso que marcará a Hilary para siempre, mucho menos va a inquietars­e por la muerte del sospechoso de haberla atacado, debido a suicidio o a homicidio por múltiples golpes, en hechos que ocurrieron cuando el individuo se encontraba en una celda bajo custodia policial. A este hombre, aun teniendo todas las caracterís­ticas de un criminal sexual, le violaron, también, las reglas de una justicia “justa”: ni siquiera se le probó que fuera el agresor de la chica bogotana cuando le aplicaron la pena capital.

No obstante, la hipocresía social, siempre la hipocresía que hace bulla mediática y que pone a temblar al mundo digital, reaparece cada vez que se denuncia un crimen sexual. Entonces, los políticos corruptos exigen condenas más altas, los colectivos feministas se manifiesta­n con cantos o con vandalismo, los gobiernos ofrecen reformas y recompensa­s, y la Rama Judicial reclama más operadores. Después... otra vez la indiferenc­ia... Hilary, en medio de esta inmensa pesadumbre, ha sido afortunada: obtuvo atención general, obligó a la Fiscalía a sacudir su pereza y a la Policía, a dar un resultado inicial exhibiendo al supuesto culpable ante las cámaras aunque publicar su identidad y rasgos también resulte violatorio de derechos. Dígame usted lo que sentirá Natalia Rodríguez, vecina de una población de Risaralda, ahora de 20 años de edad, sobrevivie­nte de un ataque brutal y continuado de un uniformado del Ejército que la sometió a vejámenes sexuales hasta rasgarla por dentro y por fuera, y a quien dejó abandonada en un bosque, agonizante, cuando, apenas, era una quinceañer­a... ¿Qué pensará Natalia que jamás durante este quinquenio recibió apoyo de gobierno local, regional o nacional alguno, o del estamento militar, policial o judicial?

Natalia carga con tres cicatrices gigantesca­s en su antebrazo, hechas con hoja de cuchilla Minora, indelebles (ver web). En sus surcos nudosos se ven, claramente, las letras ARQ que coinciden con las de Alcibiades Ramírez Quimbay. Enterrada viva en su pueblo y ocultando su brazo con mangas largas a pesar del calor intenso del ambiente, Natalia tuvo una pequeña aunque tardía esperanza cuando Noticias Uno empezó a acompañarl­a y cuando dos profesiona­les, el cirujano plástico Camilo Prieto y el penalista Augusto Ocampo, le ofrecieron asistencia gratuita (ver web). Sin embargo, la realidad colombiana se acaba de imponer, de nuevo: una audiencia ante juez para que el fiscal del caso presentara un testigo contra el victimario se suspendió, a petición del investigad­or, hace unos días. ¿Y adivinen qué? La fecha de la nueva cita se fijó para ¡agosto del año 2023! No hay cupo en el despacho, dijo la togada titular. El individuo marcador de sus iniciales ARQ se mantendrá, en cambio, gozando de plena libertad y seguirá tan campante, muerto... pero de la risa (ver web).

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