Nuestra vida: la mejor receta
HAY QUE ESTAR CERCA DE UN BUEN repostero para entender lo que significa planear y seguir un orden probado, al pie de la letra. Si quieres ver el resultado, sigue las instrucciones: son dos cucharadas, una taza; lo más cercano a la improvisación es una pizca. Si lo tuyo es cambiar las cantidades, tendrás que irte a las preparaciones de sal o a las bebidas; allá no hay lío con unas gotas de más. Hace unos días conocí al cocinero Óscar Gónima, subgerente de alimentos y bebidas en el restaurante El Almacén, en el hotel Novotel de Medellín.
Escucharlo hablar y probar sus preparaciones equivale a ver en una persona el significado de la palabra devoción: puede tardar semanas en ensayos para que las personas se levanten de la mesa con un sabor inolvidable y, también, con el cuerpo liviano, sin malestares. Después de ver su trabajo siguen preguntas: ¿qué pasaría si nuestras autoridades y líderes locales se tomaran tan en serio la tarea de cuidar a las personas y los lugares? ¿Qué pasaría si los colegios donde estudian niñas y niños examinan cada caso de acoso escolar y se preparan de la mejor forma para atender los maltratos físicos o emocionales? ¿Qué ocurriría si en lugar de dedicar decenas de horas a dinámicas de integración o de fiestas laborales revisan cómo mejorar los resultados personales y laborales de cada uno? ¿Qué pasaría si los organizadores de los Diálogos Vinculantes del Gobierno Nacional dedican menos tiempo a los discursos y a explicaciones de las personas el día previo y aprovechan esos minutos de una jornada tan importante para reunir información esencial de los participantes? ¿Por qué nos preparamos tan poco para prevenir accidentes?
Para que haya más óscares gónima en el ambiente necesitamos un cambio en la forma de ver las situaciones, dicen algunos estudiosos de nuestra cultura y el contexto local: pasar de las palabras a las acciones y tener más atención a los detalles. Esto permitiría cuidar el tiempo propio y el de los demás y ser mejores en lo que hacemos, en todo, en lo que cada uno escoja.
Un ejemplo de la ausencia de detalle y del poco cuidado que a veces damos a muchos aspectos diarios en las ciudades colombianas es la forma de movernos a través de nuestras vías. De acuerdo con datos de la Agencia Nacional de Seguridad Vial, cada 37 horas se presenta una muerte por accidente de tránsito en Medellín; los números van en aumento.
El hecho no es responsabilidad exclusiva de conductores y motociclistas; las autoridades tienen un papel importante, en una ciudad nuestra donde cada semana parecen aumentar las grietas y profundidades en el asfalto.
Si nuestra vida es tal vez la receta más importante, la máxima preparación que podemos lograr, ¿por qué no conseguimos aún, como cultura colectiva, que en las calles se perciba ese sentimiento de cuidado hacia todo lo que existe? ¿Es un prejuicio considerar que a veces dedicamos gran parte del tiempo a respuestas políticamente correctas, pero difíciles de aplicar? ¿Por qué se reacciona en lugar de analizar qué hay detrás de una inconformidad? ¿Por qué son tan pocos quienes se dedican a estudiar los detalles: el tiempo, la forma, la presencia de belleza? ¿Por qué muchas de las conversaciones se quedan en palabras y no logran pasar al lugar de las acciones?