La debacle liberal
¿QUÉ SE HIZO EL PARTIDO LIBERAL? ¿El de Herrera, Uribe Uribe, Gaitán, López Pumarejo, Alberto y Carlos Lleras y Virgilio Barco? ¿Cuánto hace que el que fue el partido político más grande de Colombia no participa con candidato propio en las elecciones presidenciales? ¿Cuándo se convirtió en una montonera dispuesta a ofrecerse al mejor postor en el espeso mundo de la nueva y corrupta política nacional?
No es necesario hacer la reconstrucción completa del proceso de decadencia del Gran Partido de otras épocas, pues todos somos testigos de la debacle que lo condujo al estado de postración en que se encuentra. La colectividad que hoy ostenta el nombre no es ni un pálido reflejo de la que se enorgulleció durante más de un siglo y medio de ser una de las protagonistas centrales de la historia del país. Hemos visto cómo ha trastabillado en los años recientes, huérfana de brújula, entre el triste papel de aliada de fuerzas retrógradas y el engañoso intento de presentarse como defensora de las causas populares. Así pasó de contribuir a la elección de Iván Duque y apoyar la candidatura de Fico Gutiérrez a convertirse en el furgón de cola del Pacto Histórico. Así presumió adoptar una posición independiente respecto a la reforma tributaria para terminar aprobándola.
El declive del Partido Liberal está ligado directamente a las acciones de quien hoy ejerce su jefatura. Una breve recapitulación de su vida pública es suficiente para comprobarlo. Llegó a la cúspide del poder gracias a la generosidad de una familia herida por la trágica pérdida del padre por obra de manos criminales y traicionó su memoria al negociar con sus victimarios. En el momento de su triunfo tuvo palabras de gratitud y afecto para sus familiares, colaboradores y áulicos, pero ignoró a quien lo había sacado del anonimato para abrirle las puertas del poder. En el ejercicio del mando abandonó la línea progresista trazada por el presidente que lo incorporó a su gobierno e implantó las políticas neoliberales, renegando de los ideales de la Ilustración que siempre defendió el Partido Liberal, los de la libertad, la igualdad, la tolerancia, el pluralismo y el progreso.
Después se dedicó al ejercicio de la política con minúscula, en la que ha exhibido una habilidad poco común para cambiar de bando cuando le conviene. Sus más recientes volteretas ocurrieron en torno a la elección presidencial de este año y al gobierno que resultó de ella. Con el vaivén de la veleta osciló entre apoyarlo o abandonarlo y al día de hoy no se sabe a ciencia cierta de qué lado está.
En manos tan equívocas, el que fuera el principal partido político de Colombia sobrevive solo por las ventajas que le otorga el sistema electoral, comenzando por la financiación de su funcionamiento y de las campañas en las que participa. El manejo de esta ayuda y del patrimonio perteneciente al partido son el sustento del poder que mantiene su jefe. A su vez, la función que le otorga el derecho de extender avales a los candidatos a las corporaciones públicas es la zanahoria con la que conserva la adhesión de los manzanillos locales. El suyo, en conclusión, no es un poder ideológico y mucho menos ético. Es simplemente el burocrático que utiliza cada vez que los aspirantes a las corporaciones públicas requieren para su inscripción el respaldo del partido y el titular reconocido legalmente administra a voluntad la feria de los avales. Esa es la moneda de cambio que ata a congresistas, diputados y concejales a quien posee el cofre de ese tesoro.
A esto se ha reducido la entidad que llevó a la Presidencia a varios grandes colombianos, sucesores de Santander, y que mantuvo en alto durante mucho tiempo las banderas del cambio en favor de los pobres, hoy enarboladas por un gobernante que no salió de sus filas, sino que combatió contra ellas.
@JuanCarBotero