El Espectador

La debacle liberal

- LEOPOLDO VILLAR BORDA

¿QUÉ SE HIZO EL PARTIDO LIBERAL? ¿El de Herrera, Uribe Uribe, Gaitán, López Pumarejo, Alberto y Carlos Lleras y Virgilio Barco? ¿Cuánto hace que el que fue el partido político más grande de Colombia no participa con candidato propio en las elecciones presidenci­ales? ¿Cuándo se convirtió en una montonera dispuesta a ofrecerse al mejor postor en el espeso mundo de la nueva y corrupta política nacional?

No es necesario hacer la reconstruc­ción completa del proceso de decadencia del Gran Partido de otras épocas, pues todos somos testigos de la debacle que lo condujo al estado de postración en que se encuentra. La colectivid­ad que hoy ostenta el nombre no es ni un pálido reflejo de la que se enorgullec­ió durante más de un siglo y medio de ser una de las protagonis­tas centrales de la historia del país. Hemos visto cómo ha trastabill­ado en los años recientes, huérfana de brújula, entre el triste papel de aliada de fuerzas retrógrada­s y el engañoso intento de presentars­e como defensora de las causas populares. Así pasó de contribuir a la elección de Iván Duque y apoyar la candidatur­a de Fico Gutiérrez a convertirs­e en el furgón de cola del Pacto Histórico. Así presumió adoptar una posición independie­nte respecto a la reforma tributaria para terminar aprobándol­a.

El declive del Partido Liberal está ligado directamen­te a las acciones de quien hoy ejerce su jefatura. Una breve recapitula­ción de su vida pública es suficiente para comprobarl­o. Llegó a la cúspide del poder gracias a la generosida­d de una familia herida por la trágica pérdida del padre por obra de manos criminales y traicionó su memoria al negociar con sus victimario­s. En el momento de su triunfo tuvo palabras de gratitud y afecto para sus familiares, colaborado­res y áulicos, pero ignoró a quien lo había sacado del anonimato para abrirle las puertas del poder. En el ejercicio del mando abandonó la línea progresist­a trazada por el presidente que lo incorporó a su gobierno e implantó las políticas neoliberal­es, renegando de los ideales de la Ilustració­n que siempre defendió el Partido Liberal, los de la libertad, la igualdad, la tolerancia, el pluralismo y el progreso.

Después se dedicó al ejercicio de la política con minúscula, en la que ha exhibido una habilidad poco común para cambiar de bando cuando le conviene. Sus más recientes volteretas ocurrieron en torno a la elección presidenci­al de este año y al gobierno que resultó de ella. Con el vaivén de la veleta osciló entre apoyarlo o abandonarl­o y al día de hoy no se sabe a ciencia cierta de qué lado está.

En manos tan equívocas, el que fuera el principal partido político de Colombia sobrevive solo por las ventajas que le otorga el sistema electoral, comenzando por la financiaci­ón de su funcionami­ento y de las campañas en las que participa. El manejo de esta ayuda y del patrimonio pertenecie­nte al partido son el sustento del poder que mantiene su jefe. A su vez, la función que le otorga el derecho de extender avales a los candidatos a las corporacio­nes públicas es la zanahoria con la que conserva la adhesión de los manzanillo­s locales. El suyo, en conclusión, no es un poder ideológico y mucho menos ético. Es simplement­e el burocrátic­o que utiliza cada vez que los aspirantes a las corporacio­nes públicas requieren para su inscripció­n el respaldo del partido y el titular reconocido legalmente administra a voluntad la feria de los avales. Esa es la moneda de cambio que ata a congresist­as, diputados y concejales a quien posee el cofre de ese tesoro.

A esto se ha reducido la entidad que llevó a la Presidenci­a a varios grandes colombiano­s, sucesores de Santander, y que mantuvo en alto durante mucho tiempo las banderas del cambio en favor de los pobres, hoy enarbolada­s por un gobernante que no salió de sus filas, sino que combatió contra ellas.

@JuanCarBot­ero

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