El Espectador

Una íntima enemistad connatural

- ARTURO GUERRERO

TODOS ESTAMOS FURIOSOS. GRUÑImos unos contra otros. El país es una perrera pública cuyos ladridos se oyen en toda América. No es cuestión de que por allá estén mejor, sino de que lo nuestro es nuestro y duele en todo el cuerpo. Vamos adelante porque la guerra ha sido nuestra maestra durante 200 años.

Guerra contra los indios, guerra de independen­cia, guerras civiles hasta para tirar para lo alto, guerra de la Violencia —así, con mayúscula—, campestre guerra de guerrillas, millonaria guerra narcoexpor­tadora, guerra urbana en las comunas, guerra de todos contra todos en las calles.

No ha habido triunfos, solo muertos convertido­s en balsas de chulos. Con internet este reguero de guerras se volvió paisaje porque cualquiera puede atacar desde la sombra. Así, unos son delincuent­es y otros, víctimas. Hay dos escenarios belicosos, Transmilen­io o sus similares, y una esquina donde aguarde el hombre que te violará y descuartiz­ará.

Es ilusorio encontrar un lugar desinfecta­do, una caminata apacible. Quien olvida esta circunstan­cia la hallará bien detallada en la prensa y en los videos de las redes sociales. La menor de edad acribillad­a con miradas y con cuchillos. El asesino capturado y linchado en las mazmorras de la Policía. El niño de seis años, o menos, convertido en muñeco y librado a la voracidad de las alimañas del río.

Con tamaña cátedra heredada y permanente, ¿qué hombre se escapa de volverse lobo para el hombre? Ninguno. Al más sereno e inocente un día se le aparece en el cajero automático el amable consejero que lo hace marcar la clave sólo para proceder luego a extraer de su cuenta varios millones del alma.

Con guante de seda, sin insultos ni armas, el facineroso se hace su agosto en segundos a costa del trabajo acumulado por la crédula víctima que en un segundo olvidó la carroña que habita en cada compatriot­a.

Hace un siglo el comisario soviético Nikolái Ostrovski, oriundo de Ucrania, escribió su bestseller Así se templó el acero. La novela ilustraba sobre la ruda formación de un militante comunista: el acero se templa con el fuego. Los colombiano­s se han templado a fuego de pistola y filo de puñal, en el durísimo oficio de ser colombiano­s.

No se libran de la guerra de hoy, ni siquiera en su casa con doble cerrojo. Se les meten por la ventana o con carantoñas y engañifas que les abren las puertas para que escojan el mejor botín. Y los sobrevivie­ntes deben resignarse a agradecer por haberse convertido en eso, en sobrevivie­ntes de la vasta campaña de exterminio o de despojo en que se ha convertido su patria.

Por eso los confinados no son únicamente aquellos campesinos del Cauca o Chocó, imposibili­tados de recorrer a gusto sus inmensidad­es. No, ahora todos somos confinados y hasta nuestros sitios seguros nos llega el ataque en el instante menos probable. De ahí que vivamos a la enemiga, como pedía Fernando González.

Somos enemigos de nuestros enemigos y también enemigos de nuestra íntima enemistad connatural. arturoguer­reror@gmail.com

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