Una íntima enemistad connatural
TODOS ESTAMOS FURIOSOS. GRUÑImos unos contra otros. El país es una perrera pública cuyos ladridos se oyen en toda América. No es cuestión de que por allá estén mejor, sino de que lo nuestro es nuestro y duele en todo el cuerpo. Vamos adelante porque la guerra ha sido nuestra maestra durante 200 años.
Guerra contra los indios, guerra de independencia, guerras civiles hasta para tirar para lo alto, guerra de la Violencia —así, con mayúscula—, campestre guerra de guerrillas, millonaria guerra narcoexportadora, guerra urbana en las comunas, guerra de todos contra todos en las calles.
No ha habido triunfos, solo muertos convertidos en balsas de chulos. Con internet este reguero de guerras se volvió paisaje porque cualquiera puede atacar desde la sombra. Así, unos son delincuentes y otros, víctimas. Hay dos escenarios belicosos, Transmilenio o sus similares, y una esquina donde aguarde el hombre que te violará y descuartizará.
Es ilusorio encontrar un lugar desinfectado, una caminata apacible. Quien olvida esta circunstancia la hallará bien detallada en la prensa y en los videos de las redes sociales. La menor de edad acribillada con miradas y con cuchillos. El asesino capturado y linchado en las mazmorras de la Policía. El niño de seis años, o menos, convertido en muñeco y librado a la voracidad de las alimañas del río.
Con tamaña cátedra heredada y permanente, ¿qué hombre se escapa de volverse lobo para el hombre? Ninguno. Al más sereno e inocente un día se le aparece en el cajero automático el amable consejero que lo hace marcar la clave sólo para proceder luego a extraer de su cuenta varios millones del alma.
Con guante de seda, sin insultos ni armas, el facineroso se hace su agosto en segundos a costa del trabajo acumulado por la crédula víctima que en un segundo olvidó la carroña que habita en cada compatriota.
Hace un siglo el comisario soviético Nikolái Ostrovski, oriundo de Ucrania, escribió su bestseller Así se templó el acero. La novela ilustraba sobre la ruda formación de un militante comunista: el acero se templa con el fuego. Los colombianos se han templado a fuego de pistola y filo de puñal, en el durísimo oficio de ser colombianos.
No se libran de la guerra de hoy, ni siquiera en su casa con doble cerrojo. Se les meten por la ventana o con carantoñas y engañifas que les abren las puertas para que escojan el mejor botín. Y los sobrevivientes deben resignarse a agradecer por haberse convertido en eso, en sobrevivientes de la vasta campaña de exterminio o de despojo en que se ha convertido su patria.
Por eso los confinados no son únicamente aquellos campesinos del Cauca o Chocó, imposibilitados de recorrer a gusto sus inmensidades. No, ahora todos somos confinados y hasta nuestros sitios seguros nos llega el ataque en el instante menos probable. De ahí que vivamos a la enemiga, como pedía Fernando González.
Somos enemigos de nuestros enemigos y también enemigos de nuestra íntima enemistad connatural. arturoguerreror@gmail.com