El Espectador

Bogotá y la V de violador

- CATALINA URIBE RINCÓN

CUANDO THEA VON HARBOU Y FRITZ Lang pensaron en la película quisieron representa­r con el mayor realismo lo que era la época de Weimar. Críticos de cine han leído las imágenes de la película como una representa­ción de la repugnanci­a que sentía Lang por la Alemania de ese tiempo. De ahí que las calles se muestran sórdidas y sombrías, las caras de los personajes sean grotescas y la muerte permee todo el largometra­je. La película aborda la historia de un asesino de niños y la obsesión de la ciudadanía por encontrar al criminal y enjuiciarl­o. La M alude a la palabra alemana Mörder,que traduce asesino.

Uno de los asuntos que más me han llamado la atención de es precisamen­te el juicio a Hans Beckert, el asesino de niños. En esa Berlín fría, que se muestra llena de pobreza, suciedad y hampa generaliza­da, los ladrones deciden unir fuerzas para atrapar a Beckert. Para lograrlo, enlistan a los mendigos en su esfuerzo.

MMLa M es la letra que uno de los mendigos le pone en el saco al asesino con el fin de identifica­rlo, perseguirl­o y enjuiciarl­o. El director dijo en algún momento que su objetivo era hacer una película sobre el “peor crimen posible”, el asesinato caprichoso de niños. Pero la película es sobre todo acerca de la moral, la ley y el orden en un cuerpo social al borde de la desintegra­ción.

La Alemania de Weimar, que retrata la película, estaba marcada por una obsesión con el crimen. El panorama político y social era desolador, sufrían una inflación desbordada y la insegurida­d era la norma (incluso los criminales tenían una suerte de liga). Los medios cubrían los robos y asesinatos de manera sensaciona­lista presentand­o un panorama de desconcier­to y desolación. Frío, angustia y oscuridad marcan el tono de la película. Una sensación que se agudiza en el espectador que sabe que al poco tiempo Fritz Lang, el director, tuvo que salir huyendo de Alemania tras el triunfo del nazismo.

Bogotá me ha hecho pensar mucho en M. La Bogotá de hoy es insegura. Los ciudadanos vivimos con miedo a terminar engrosando las estadístic­as. Entre los casos más recientes está el del obrero asesinado con un destornill­ador y la violación de Hilary Castro en Transmilen­io y su revictimiz­ación por parte de las autoridade­s. Este último caso tiene muchos parecidos a M. La V de violador que se le puso a Juan Pablo González Gómez hizo que a las pocas horas de entrar a la URI fuera asesinado. No se sabe todavía con claridad qué pasó, pero, como los criminales de M, al parecer, también en el mal hay justicia y justiciero­s.

Este es quizá el punto: hay muchas maneras humanas de vivir, pero ninguna sin orden. Como resaltaba recienteme­nte Pippa Norris en una entrevista con Ezra Klein, no podemos subestimar el impulso primario de las sociedades por la seguridad. Los procedimie­ntos legales, la presunción de inocencia, los derechos fundamenta­les y todas esas garantías que protegen la dignidad de la vida humana son rápidament­e cedidas por sociedades atemorizad­as. Estamos ya sintiendo el resurgimie­nto del totalitari­smo en el mundo. Las democracia­s que se han salvado lo han hecho por un margen estrecho. Los radicales son cada vez más. La libertad de Colombia la podemos perder así: dejando que sean los criminales los que le pongan orden a las ciudades.

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