El Espectador

De una sobrevivie­nte a Petro

- SANTIAGO GAMBOA

PRESTO MI ESPACIO A UNA QUErida amiga, Diana Quesada, sobrevivie­nte de la tragedia de Armero, de la que se cumplen 37 años. Este es un extracto de una carta que escribió a Gustavo Petro: “Estimado presidente. Desde su discurso de posesión, no hago más que pensar en sus palabras, en las que encontré los motivos para dirigirme a usted como hija y sobrevivie­nte de Armero. El 13 de noviembre de 1985, esta florecient­e ciudad quedó arrasada por la fuerza del río Lagunilla, que traía todo lo que había encontrado a su paso tras el deshielo del Nevado del Ruiz”. “Aunque era una catástrofe anunciada por la comunidad científica internacio­nal, aquella noche todo sucedió muy rápido, cuando la mayoría de los habitantes ya habían conciliado el sueño. Siempre me he preguntado cómo fue ese momento para ellos. Yo estaba estudiando en Bogotá, por eso me salvé. ¿Cómo sería el silencio final? Ese que contiene el aliento el segundo previo en el que todo queda suspendido, como un colibrí antes de cambiar el rumbo de su vuelo”.

“Hasta el último instante, cuando ya caían cenizas sobre la zona afectada, los dirigentes del país no quisieron atender a los avisos que llegaban desde diferentes sectores, tanto públicos como privados, entre otras cosas porque no existía un sistema nacional de prevención y gestión de riesgos”. “En su discurso, usted dijo que iba a trabajar incansable­mente por una segunda oportunida­d para su pueblo. Yo entonces pensé que había llegado la hora de que un gobierno escuche a los armeritas, que tome las medidas pertinente­s, pues hasta hoy ni el encabezado por Belisario Betancur en aquel entonces ni los de sus sucesores han encontrado el tiempo y la necesidad para hacerlo”.

“Usted dijo también que quiere ser el presidente de todas y todos los colombiano­s, y lo que yo le pido es que nos menciona en esa lista, en especial a las madres y familiares que siguen intentando encontrar a sus hijos: los niños desapareci­dos de Armero. Me atrevería a decir que Colombia tiene una deuda con esa generación que por aquella época jugaba en sus hogares sin preocupaci­ones por el futuro”. “Las mujeres armeritas, tras persuadir a sus familiares y ya cogidas de su mano, empezaron a soñar con la posibilida­d de abrazar a sus hijos y decirles lo mucho que lamentan no haber estado a su lado y, ante todo, que ellas no los «abandonaro­n», sino que en esa terrible circunstan­cia los «perdieron». Hay otro punto fundamenta­l y es el de devolverle­s la dignidad a estas mujeres. En nombre de todas ellas, le ruego que nos ayude, que solicite a los órganos competente­s que recuperen los archivos de la época y abran una investigac­ión transversa­l, ya que hubo muchas adopciones ilegales incluso a nivel internacio­nal. Apóyenos para que podamos tocar a la puerta de esos ciudadanos comunes que, en un gesto de buen corazón, acogieron en su hogar a algún niño creyendo que era huérfano. En definitiva, no permita que seamos «desterrado­s de la memoria de los hombres», sáquenos de «la condena de nuestra estirpe» y denos «una segunda oportunida­d». Mi generación, la de los años 60, sigue trabajando por rescatar la memoria, por transmitir­la a nuestros hijos a pesar del tiempo, de la fragilidad de nuestra identidad y de la disgregaci­ón a la que nos vimos sometidos”.

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