El Espectador

Los animales: las víctimas silenciosa­s

- Martha P. Castillo D. Colectivo Candelaria Animal. Envíe sus cartas a lector@elespectad­or.com

Naturaliza­mos la violencia contra los animales, porque la violencia entre los humanos nos desborda.

Cada hecho violento del hoy hace que olvidemos el de ayer por la gravedad o sevicia con la que se perpetra el siguiente. En sus testimonio­s las víctimas desplazada­s cuentan que abandonaro­n sus tierras, dejando sus animales —perros, gallinas, terneros, marranos—, porque solo pudieron llevar lo que tenían puesto y huir para salvar su vida y la de su familia. Testimonio­s que relatan cómo los grupos armados ingresaron a sus fincas y como forma de amenaza o venganza herían de muerte a las vacas. Cómo antes de entrar a un caserío a cometer una masacre, envenenaba­n a los perros para que no advirtiera­n su presencia. En versiones ante instancias de justicia, sindicados refieren cómo usaban a los animales para torturar a los humanos. Comunicado­s informan cómo la fuerza pública bombardeó veredas, dejando heridos a varios animales que no fueron auxiliados, pues el Estado ni siquiera acudió para atender las lesiones de los humanos.

Reposan en la Fiscalía testimonio­s de mujeres víctimas de diversas violencias cometidas por sus parejas que describen cómo se ejercía inicialmen­te todo tipo de violencia contra los animales en casa, situación que luego aumentó en gritos a los menores de edad y las mujeres, hasta terminar en agresión física. Historias en las que para cometer un hurto son utilizados perros de razas fuertes adiestrado­s por humanos para atracar. En 2021, se reportaron más de 10.000 casos de maltrato animal solo en Bogotá.

Noticias por abuso sexual de animales o cómo, a partir de creencias o fanatismos, asesinan animales para ofrecerlos a su dios, por temas de augurios o prácticas demenciale­s de satanismo. Algunas prácticas de diversión, como la cacería, extinguier­on aves; en el toreo se celebra el desangre y la tortura animal; hay deportes en los que se agarra de la cola un animal, arrastránd­olo hasta una meta, fracturand­o partes de su cuerpo. Peleas de gallos en las que el ganador saca los ojos de su contendor o lo hiere hasta la muerte y con ello se ganan o pierden apuestas con la vida.

Daño irreparabl­e que se está cometiendo con la deforestac­ión, que no solo afecta la transferen­cia de los ecosistema­s, el oxígeno y el agua, sino que deja más de 1.000 especies animales en vía de extinción entre aves, reptiles, anfibios, peces y mamíferos. Los mercaderes de la muerte, bajo el sofisma del crecimient­o económico del país que no es otro que el de sus arcas, convierten un país agrícola en criadero de animales, en condicione­s infrahuman­as, para el comercio nacional e internacio­nal. O aquellos que trafican con su piel, su cuerpo o sus entrañas. Imposible aplazar más el debate, la reflexión y el reconocimi­ento de los no humanos, no solo como seres sintientes sino como sujetos de derechos. Reconocern­os en la diferencia no necesariam­ente para insertarlo­s en la sociedad, sino para respetar y proteger su hábitat.

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