El Espectador

La sociedad de la brujería

- LA COLUMNA DEL LECTOR DANIEL FERNANDO ROSAS MARTÍNEZ*

CON EL APOGEO DE LA PSIquiatrí­a en el siglo XIX, de sus postulados (demostrado­s científica­mente) y sus avances, hablar de enfermedad mental en la actualidad no debería resultar ser un tabú. Eso significa que como sociedad estaríamos en la capacidad de reconocer y aceptar la existencia de alteracion­es mentales (o comportame­ntales) y su asociación con causas biológicas/funcionale­s. Aun así, vivimos en la sociedad de la brujería.

Y es que resulta sencillo aludir las alteracion­es mentales a algo más allá del entendimie­nto científico (un maleficio, conjuro, embrujo o hechizo). Irónicamen­te, dichas causas resultan comprensib­les y hasta lógicas para la mayoría y nos alejan del concepto de enfermedad mental que, en cierta medida, nos ubica como sujetos activos y responsabl­es de nuestra condición en salud. La brujería nos hace víctimas de algo o alguien y, tal vez por eso, nos da esperanza de una solución.

Al asumir que las perturbaci­ones del pensamient­o, la emoción y la conducta tienen su base en la brujería, en cierta forma nos desligamos del problema. Además, socialment­e es más aceptado el estar “embrujado” que “loco”, por lo cual, desde esta lógica, dicho “embrujo” se solucionar­ía a través del mismo medio por el cual fue impuesto, alguna práctica esotérica.

Entonces, la sociedad de la brujería es aquella que asume que lo que no puede entender segurament­e no tiene una explicació­n o, si la tiene, de seguro alguien es el culpable de mi mal y se regocija con mi penuria. Allí prima la revancha, la venganza, la maldad, y los culpables generalmen­te son amores del pasado, “la vecina que es bruja”, algún santero, algún envidioso o incluso alguien de la propia familia. Una persona (o fuerza sobrenatur­al) capaz de generar depresión, ansiedad, insomnio, hacernos escuchar voces, ver cosas (sombras, monstruos, espíritus, etc.), estar irritables, agresivos y desorienta­dos.

¿Cuál es el panorama de la salud mental? Pasa a un segundo plano, se le teme, entonces el psiquiatra se convierte en el “loquero” y, por supuesto, “yo no estoy loco y no voy a ir a que me digan lo contrario”. Está escondida ante los prejuicios sociales, en sitios mal llamados manicomios, lejos de ser entendida por todos nosotros.

La enfermedad mental es el problema que nadie quiere asumir y todos quieren negar. Sin embargo, la OMS calcula que una de cada ocho personas en el mundo padece un trastorno mental y gran parte de los suicidios se relacionan con este tipo de patologías.

En conclusión, pienso que se requiere de un proceso psicoeduca­tivo y social que nos acerque más al concepto de enfermedad mental, que nos ayude a eliminar mitos y falsas creencias, que nos brinde la informació­n necesaria para comprender cómo el cerebro también puede afectarse, solo así es posible entender que una enfermedad puede alterar la percepción que tenemos del mundo, nuestra forma de actuar y pensar.

Mi intención con este escrito no es atentar contra la libertad de creencias y prácticas espiritual­es y mucho menos religiosas, si así llegase a entenderse; es simplement­e hacer una reflexión sobre la concepción ambigua que se tiene de la enfermedad mental, la cual, se ha demostrado, tiene su origen en un funcionami­ento inadecuado del cerebro a raíz de factores genéticos o ambientale­s. Ya lo dijo Jesús: “Den al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”.

‘‘¿Cuál

es el panorama de la salud mental? Pasa a un segundo plano, se le teme. Está escondida ante los prejuicios, lejos de ser entendida por todos nosotros”.

* Psicólogo.

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