El niño de la foto
HAY MILES DE PORTADAS CON IMÁGEnes de presidentes, catástrofes y futbolistas.
El jueves 17 de noviembre la primera página de este diario nos trajo una fotografía mezcla de ternura y presagio: un niño de 12 años, mechudo y concentrado —casi absorto— frente a una máquina de escribir. Su obra de entonces era un periódico que él creaba y vendía en la redacción de El Espectador.
La fotografía fue tomada en 1978, año atravesado —como casi todos desde hace más de 60— por hechos violentos.
Mientras Colombia seguía cavando su gran camposanto, el niño de la foto —hijo, sobrino, nieto y bisnieto de periodistas— leía y escribía un país roto por dentro, en el que años más tarde él tendría la misión de contar el mundo y honrar las palabras, tener como partido la democracia y como credos la independencia y la verdad.
El niño de la foto se llama Fidel Cano Correa y dirige desde el 2004 esta casa, El Espectador,
el periódico de los ideales liberales, el que desde hace 135 años denuncia con justicia y tiene como consignas la libertad de pensamiento y la responsabilidad de informar a conciencia y sin cartilla.
Este Fidel Cano de las cejas gruesas y desordenadas tiene una mirada capaz de atravesar montañas, historias y neuronas, y recibió el 16 de noviembre el reconocimiento más importante del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar: el Premio a la Vida y Obra de un Periodista.
Mientras pronunciaban su nombre, sentí que desfilaban por el teatro los recuerdos de Fidelena, esa casona de infancia en Medellín, llena de árboles de frutas, generosidad, ideas libertarias y un balcón donde cabía el horizonte. Pensé en María Cristina —la mamá del homenajeado—, tan bella que en el colegio la llamábamos la Señora Bonita. Seguían los aplausos y estaba ahí, como un disparo eternamente doloroso, la noche del 17 de diciembre cuando asesinaron a Guillermo Cano y el día en que toda la prensa de Colombia se silenció en señal de rabia y duelo. Sentí que tenía ahí entre las manos una fotografía que está en mi escritorio: es de un cuadro de don Fidel Cano Gutiérrez, el bisabuelo, el Quijote mayor, el que se enfrentó a todo y a todos. Admiro la subversión inherente a inteligencias como la suya; amo lo que él significa, por laico, valiente y contestario, y porque siempre se opuso a la pena de muerte y a todas las demás tiranías.
En el teatro muchos teníamos el silencio entrecortado y los ojos con lágrimas, y Fidel (el niño de la foto, el señor director) subió al escenario así como es él… entre taciturno y tímido, impermeable a los elogios y pensativo. Oír su discurso fue sentir —casi tocar— su camino, entre la historia y la gratitud, entre la familia y la función del periodismo.
Fue una noche de reconocimiento a las historias humanas, a la entereza de escritores insobornables, a las crónicas que le hacen un hueco de luz al oscurantismo, a cada página que no traga entero y cada imagen que les gana un round a la mentira y a la manipulación. Aplaudo que casi todos los premios quedaron en manos de periodistas que se han enfrentado sin más escudo que el coraje, la investigación y la razón a las garras del poder. ¡Bravo!
Al niño de la foto y al maestro que es hoy, mi respeto y cariño. Y un abrazo convertido en pedacito de viento, para que la bandera nunca deje de ondear. gloria.arias2404@gmail.com