El Espectador

En búsqueda de la libertad

La obra “Uhuro, viaje al origen”, que rescata la historia de Casilda y los prisionero­s africanos llevados a los ingenios azucareros del Valle del Cauca durante la colonizaci­ón, se presenta desde hoy hasta el sábado 26 de noviembre en Casa Tea (calle 19 n.

- DANELYS VEGA dvega@elespectad­or.com @danelys_vega

Hace cientos de años, una mujer negra, originaría de Malí (África), arribó en un barco a Colombia, pero no lo hizo por voluntad propia, pues fue traída como prisionera por los españoles en esa época que llaman colonizaci­ón. Se dice que fue separada de su padre y convertida en esclava en los ingenios de azúcar del Valle del Cauca, en las plantacion­es de Palmira. Pero un día, se liberó y ayudó a que otros esclavos africanos, indígenas y campesinos también lo hicieran sin el uso de la violencia. Fundó y lideró su palenque, se resistió a convertirs­e al catolicism­o, buscando conservar sus tradicione­s y creencias, hasta que la muerte la halló en 1945. Es la historia con la que se encontró la dramaturga y poeta Paola Guarnizo, esa que dice que parece “haber sido borrada” y negada por algunos historiado­res, porque “la historia siempre la han contado los vencedores” y porque quizá “somos un pueblo del olvido”.

Entonces, hace dos años, en medio de la pandemia, emanó en ella un deseo por rescatar la historia de Casilda para hacerle un homenaje a toda la riqueza africana que tenemos en el país. Fue así como surgió la obra Uhuro, viaje al origen, que ella escribió y hoy dirige. “En la obra, el homenaje es tocar toda su cultura, hablar de sus dioses y hacerles, con mucho respeto, una invocación a sus muertos, que bajo manos españolas tuvieron que vivir exiliados de sus tierras y traídos a Colombia”. Su fuente de inspiració­n también fue su hija Libertad, el mismo nombre de la protagonis­ta de su creación artística. Dice que la obra realmente la escribió para su pequeña. “Yo a Libertad no le puedo dejar muchas cosas, pero sí mi obra; no se trata de dejarle algo físico, sino sabiduría y energía”.

Pero en un pequeño teatro en Bogotá en la calle 19 con carrera cuarta, tres días antes de que se estrene su obra, Libertad está ausente, no su hija, sino la protagonis­ta. Libertad se ha quedado dormida, no ha oído la alarma, porque la noche anterior estuvo ensayando hasta tarde. Entonces, ese día, a diferencia de anoche, su personaje todavía no ha invocado a su bisabuela Casilda mediante un ritual yoruba (provenient­e de una religión africana), no le ha dicho que por favor se la lleve con Yemanyá (una divinidad) en aquellos tiempos de pandemia en los que se encuentra. Casilda le dirá que no se deje atrapar por el miedo, que ese es el verdadero tirano; “siempre nos han manejado con miedo”.

—¿Cree que, en la actualidad, sigue siendo así? —le pregunta una periodista a la dramaturga.

—Sí, creo que Colombia siempre ha estado en pandemia: el virus es el miedo, el terror y el pánico.

Mientras tanto, en aquel teatro llamado Casa Tea, un actor (Leonardo Fernández) canta que “estaba muerto antes de llegar aquí, que decir tu nombre solo fue mi perdición”. El hombre vestido con camiseta blanca lleva un látigo, porque él personific­a en la obra a Pedro González, un esclavista español, que está esperando que llegue un barco cargado con 442 africanos, entre los que se encuentra Casilda. El navío, que partirá de España a América, es manejado por Isidro, a quien le dará vida el actor Álvaro Rodríguez. Ese que dice que “el esclavismo aún persiste, continúa y se ha vuelto casi un hecho de nuestra cultura”, por eso cree que “tomar un personaje tan paradigmát­ico como Casilda nos lleva a tener una visión de todo lo que está pasando en el país y en el mundo en estos momentos. Debemos multiplica­r la dignidad de Casilda, porque es lo único que nos queda”.

Fernández y Rodríguez se suben al escenario a ensayar sus diálogos, mientras la actriz Luz Stella Luengas termina de maquillars­e y transforma­rse

Paola Guarnizo,

en Casilda. Luengas nunca había tenido la oportunida­d de trabajar actoralmen­te con Rodríguez, quien es su amigo desde hace varios años al igual que Paola Guarnizo, quien la invitó a participar en este proyecto de creación colectiva. “Me parece importante también la reivindica­ción y el homenaje, no solo a la esclavitud a la que fueron sometidos los negros, sino todos nosotros”.

—¿Por qué dice todos nosotros? —Porque de alguna manera todos somos esclavos de algo o de alguien. A eso se refiere también la obra: ese viaje al origen tiene que ver con las múltiples formas de esclavitud que se han normalizad­o en la humanidad.

Llega un señor al que Rodríguez denomina maestro, ese que se encargará de la música en la obra. Las palabras del actor tienen sentido cuando el hombre canoso, vestido con chaqueta roja, empieza a tocar el tambor. Entonces, en el escenario Pedro le dice a Isidro que “de lo que uno da recibe”. Unos momentos después, ambos comienzan a cantar y acompañar el ritmo del tambor con los pies. En el transcurso de ese tiempo llegan tres personas más: Tatiana Camargo, Alejandro Yabrudi y David Bojacá. Ahora, ya hay seis actores, pero nada que aparece Libertad.

Mientras tanto, sus colegas se esconden detrás de unas cortinas negras. Ellos deben esperar a que el tambor suene tres veces para empezar a cantar y hacer su aparición en el centro del escenario. Las voces comienzan a surgir y también los actores. “Odio no poder abrazarnos”, dice alguien. “Llámala Uhuro / Llámala Libertad/ Llámala viento/ Ella con alas nacerá / No las pedirá prestadas / Ni las tendrá que robar / No las pedirá prestadas / Ella con alas nacerá”, cantan unos cinco más.

Luego, la voz de Casilda es la protagonis­ta mientras está acostada boca abajo en un instrument­o. “Changó, en tus pupilas mueren las sombras. Changó, no te olvides de esta hija. Mis huesos están hundidos en humillació­n. Changó, tú, dueño del fuego, multiplica mis días por vivir”. Entonces, varias voces se unen al unísono para decir: “No somos esclavos, somos prisionero­s africanos”.

Los actores toman un descanso en medio del ensayo. Ocurre lo inesperado: aparece Libertad vestida de negro. Ahora, el elenco está completo, así que todos se suben al escenario y unas luces amarillas y azules iluminan el centro de aquel espacio. Libertad se ubica cerca de una tela roja sobre la que reposan, entre otras cosas, una rosa marchita, una totuma, una cadena y una vela blanca. “Odio tener miedo, odio no poder abrazarlos, odio estar lejos de la gente que quiero”, dice mientras apaga la vela. Más atrás, los otros seis actores cantan detrás de las cortinas, van apareciend­o de a poco y entonces Casilda dice: “Calmación, Uhuro, calmación”, porque Casilda le hará entender a Libertad (Lina Londoño) que, al igual que ella, ellos también fueron prisionero­s, pero siguieron en pie luchando.

“Esta obra me ha enseñado que no se puede ceder en el deseo, eso que uno desea toca perseguirl­o, insistir y resistir”, dice Londoño. A Luengas, “Uhuro, un viaje al origen” le ha permitido sanar y revisar de qué es esclava, porque, como dice Guarnizo, “hay que ser libres también de las redes, la bulla, las cosas masivas, para llegar al origen; es decir, mirar hacia adentro, realmente las respuestas están dentro de nosotros”.

‘‘Espero

que podamos hacerle una invitación al público para que deje atrás el miedo y se lance, de verdad, a los bríos de la libertad, que es reconocer, apreciar y amar la diferencia”.

directora de la obra.

 ?? / Mauricio Alvarado ?? En el centro, de izq. a der.: Alejandro Yabrudi, Álvaro Rodríguez, Leonardo Fernández y David Bojacá, cuatro de los actores de la obra “Uhuro, viaje al origen”.
/ Mauricio Alvarado En el centro, de izq. a der.: Alejandro Yabrudi, Álvaro Rodríguez, Leonardo Fernández y David Bojacá, cuatro de los actores de la obra “Uhuro, viaje al origen”.
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